Ahora todos…¡a cocinar!

Autor: Cuentos Breves de varios autores
Editorial: BENMA grupo editorial
Páginas: 104
Precio: ya no lo encontré disponible
ISBN: 978-607-07-2780-1

Sinopsis:

La cocina es algo ancestral en el ser humano desde el descubrimiento del fuego.

Bien conocida es la obra Le cru et le crui del antropólogo francés Lévi-Strauss en la cual se dirimen las cualidades sensibles y empíricas de la articulación de esta relación binaria a lo largo de los tiempos: lo crudo y lo cocido.

Comer es un placer y también es un acto de buen gusto, lo importante no es comer sino comer bien.
BENMA abre las puertas del placer a la buena comida y a los diletantes escritores que han preparado platillos literarios de muy buen gusto.

¿Porqué en El lugar de Beatriz?

¿Antología de Cuentos Breves alrededor de la cocina? Por supuesto yo tenía que leerlo

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Me gustó-pudo ser mejor: algunos de los Cuentos Breves son muy buenos, pero no todos. Incluso me costó trabajo acabarlo, se me alargó de más.

Esta editorial en particular convoca para que quien esté interesado presente textos que bajo diferentes temáticas. De allí la versatilidad de los que se presentaron en este texto.

Algo para recordar

Algo de Anís Tomatillo, por Marcela Beltrán.

Todo comenzaba por las mañanas, cuando después de haber decidido el día preciso, íbamos a comprar los ingredientes necesarios para trabajar. Solo ella y yo.

Bañadas, peinadas y alborotadas nos lanzábamos a la aventura. Llegábamos al mercado y comenzaba el viaje. Harina, azúcar, anís…Era increíble encontrar tantos tipos de anís en un mismo puesto.

Yo pensaba: “Es el anís estrella, anís de semilla, semilla de hinojo, eneldo, hinojo, hierba dulce, pimpinela blanca… ¿Qué semillita es? Me preguntaba…”.

Para ella no era difícil saberlo. Sabía exactamente lo que buscaba. Era ese tipo de personas a quienes realmente gustaba de la cocina.

Después de elegir las semillas de anís perfectas, buscábamos los tomatillos verdes. Y entrábamos en discusión, que si tomate verde, que si tomate solamente o tomatillo. Para el caso era lo mismo, lo que ocupábamos eran las hojas que los cubrían, nada más.

Vale aclarar que buscar los ingredientes nos llevaba casi tres horas, porque mi experta platicaba con todas las personas que encontraba en el camino, asesoraba, corregía y ayudaba sin problema.

Llegando a casa empezaba la función, pero cómo desperdiciar los tomates verdes. Hacíamos una salsa maravillosa que generaba más de cinco platillos diferentes, siempre y cuando tuviéramos algunas tortillas, crema, queso fresco y aceite.

Como regularmente esta reunión era en víspera de Navidad, no faltaban en casa invitados: primos, tíos, amigos, amigos de los amigos y los colados por supuesto.

Después de dar de comer a todos, seguíamos con lo nuestro: Hervir el agua con el anís y las hojitas de tomate verde.

Incorporar el agua con la harina y los huevos.

Lo maravilloso de este procedimiento eran las cantidades que se debían utilizar. Regularmente encontraríamos por escrito tazas, decilitros, litros, mililitros, cucharadas; en mis recetas no existen estas medidas.

─ ¿Cuánto le pongo?

─ Un poquito, un puñito, lo que necesite.

Y ese era el gran secreto, la experimentación y la práctica.

─ Mientras más veces lo hagas, mejor. Así aprendes.

Llegada la tarde comenzaba la amasada y más de tres desaparecían misteriosamente escabullendo la solicitud de ayuda. Era duro, muy duro.

Pero el resultado era sorprendente. Ahora, después de tantos años comprendo la frase: “ya no me da el brazo m’ija”. ¡Y es verdad!

Moldeábamos con mil trucos, y esperábamos. Pasaba la noche y entraba la madrugada, freíamos, no 10, ni siquiera 50, muchos más.

Por la mañana se oía el camino a la cocina y el chasquido de los dientes disfrutando de la miel o del azúcar.

Ella estaba orgullosa, yo también.

Los años pasaron, llegaron mis hijos, mis nietos y aún recuerdo aquellos días.

Ahora soy yo la encargada, ahora todo es distinto y ella ya no está. Sin embargo, permanecen en mi sus dos grandes enseñanzas: “arregla siempre tu cocina y nunca, nunca dejes de hacer buñuelos”.