Antolín y el taquito de sal
Antolín y el taquito de sal
Autoras: Rebeca Orozco
Editorial: Planeta Junior
Páginas: 166
Precio:
$ 168 Amazon, $ 168 Gandhi, $ 168 El Sótano, $ 168 Porrua
ISBN: 978-607-07-5057-1
Sinopsis:
Antolín, un adolescente humilde y entusiasta, tiene un sueño: quiere ser chef. Para ello, y sin planearlo, emprenderá un increíble viaje culinario por todo México.
Antolín tiene catorce años, sueña con viajar y ama la cocina mexicana. Un día como cualquier otro, encuentra un sorprendente anuncio en una de las principales avenidas de San Luis Potosí: SE SOLICITA CHEF
¡Esa era la oportunidad que Antolín estaba buscando! Pero ¿cómo podría hacerla realidad? Recorrería el país para aprender las mejores recetas de México y para eso necesitaría valentía, mucha creatividad… y un cómplice: ¡Su hermano Blas!
Ambos emprenden una inolvidable aventura que los lleva a saborear las delicias gastronómicas de Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, Michoacán, Yucatán y los estados más emblemáticos de México. En su camino encontrarán recetas para chuparse los dedos, tradiciones inolvidables y habitantes orgullosos de los colores y de los sabores que alegran los corazones de los mexicanos.
Este es un maravilloso viaje, que además cuenta con atractivas ilustraciones, por nuestra comida más tradicional y que dejará sorprendidos a niños y adultos.
¿Por qué en El lugar de Beatriz?
En México (país) se acostumbra que en las Tortillerías además de la báscula para despachar, siempre tienen un salero. Entonces, tu llegas a comprar tu kilo de tortillas, y antes de que te las envuelvan para llevar, te ofrecen que agarres una, le pongas sal y hagas un taquito.
Taquito de sal
Suena a casa, a conocido.
El niño que quería ser chef. Me gustó el tema.
Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)
Me gustó (sin el “pudo ser mejor”: La trama es sobre dos hermanos que atraviesan la República Mexicana en busca de recetas porque Antolín quiere ganar el concurso para ser el chef en una importante hacienda del estado de San Luis Potosí.
Además de que van recopilando recetas, también describen experiencias y tradiciones.
Por supuesto se trata de un libro juvenil, excelente para comenzar con un club de lectura en escuelas, porque es ilustrativo de nuestras tradiciones y de valores. Además de que es cortito. Tiene 166 páginas, pero al menos 30 son de imágenes, viene ilustrado.
Ahhhh y vía web puedes conseguir las recetas que fueron recopilando los hermanos. Los tamales de ejote se me antojaron
Algo para recordar
Capítulo 11
La despedida fue triste, pero Antolín y Blas debían continuar su camino: la siguiente parada era Oaxaca y ya tenían dos lugares en un carruaje. Los hermanos se habían encariñado con sus compañeros de trabajo y extrañarían el arrojo del Pelón y la humildad de Ponciano.
Se despidieron entre abrazos y prometieron escribirse. Antolín pensó entonces que, además de recetas, su largo recorrido le había regalado la posibilidad de atesorar encuentros afortunados. ¿Cómo olvidar a don Rutilio y su habilidad para escuchar los sonidos de la tierra? ¿A doña Arcadia y su memoria perdida? ¿Al músico que tocaba el flautín y sus pirekuas? ¿Al científico que buscaba madrigueras? ¿A doña Faustina y su musgo luminoso?
Luego de desayunar, caminaron sin rumbo por las calles de Oaxaca toda la mañana, a la deriva, sin saber qué hacer, qué buscar. Antolín estaba triste y agotado. Extrañaba su casa, los consejos de su madre, las gallinas que corrían de un lado al otro del patio. Hubiera querido escuchar a su padre hablando sobre las virtudes del agua, de las acequias, de las garrafas que llevaba por la ciudad de San Luis Potosí. Se le estaba acabando la fuerza para continuar. Había recorrido muchos kilómetros y conocido a muchas personas, y todavía faltaba un largo trecho para llegar a Mérida. ¡Cómo extrañaba su cama y el pedazo de cielo que se veía desde su ventana!
Blas también estaba pensativo. Poseía sueños y deseos propios, ¿por qué seguir a su hermano?
De pronto chocaron con un diablo de cartón, de tres metros de alto.
─ No quería hacerles daño, muchachos. Perdón, perdón, perdón…Lo que pasa es que tengo que llegar a la mojiganga y ya voy retrasadísimo.
─ ¿Mojiganga? ─ preguntó Blas.
─ Que chistosa palabra. ¿Qué quiere decir? ─añadió Antolín.
─ Desfile, baile, canto, alegría… ¿Por qué no vienen conmigo? Se divertirán de lo lindo.
─ ¡Vamos! ─gritó Blas, exultante, imaginando que aquel diablo les enseñaría a hacer maldades.
─ ¡Bravooo! ¡Síganme! ─ gritó el gigante, antes de correr con su cuerpo rígido y torpe hacia las calles del centro.
Sobre una carreta adornada con flores y papel de china, una pequeña orquesta encabezaba una procesión en honor a la Virgen de la Soledad. La seguían ejecutantes de danza regional y un grupo de muñecos, de tres metros de alto, que bailaban al son de la música girando sobre si mismos y moviendo sus largos brazos de tela. Los hombres estaban vestidos con trajes de manta, paliacates y sobreros inmensos.
Las mujeres llevaban faldas y encajes de colores vivos, blusas con tira bordada, collares tintineantes y cabello de estambre trenzado con listones.
Los muchachos se unieron al río festivo: alzaban los brazos, giraban sobre si mismos y seguían el ritmo de los tambores de la orquesta. Antolín pensó que era divertido estar en aquel mundo de gigantes. De vez en cuando, el diablo asustaba a los niños o se inclinaba para abrazar y besar, con su boca de pintura y pegamento, a las señoritas incautas.
Sobre la oscuridad del cielo, los fuegos artificiales trazaron flores, cascadas, caracoles y rehiletes. Observando aquella lluvia de luz. Antolín se estremeció. La visión era de incalculable belleza.
Al terminar la fiesta, el gigante se quitó el disfraz y, para sorpresa de los hermanos, apareció un sujeto bonachón, aunque de ojos tristes, vestido de seminarista.
─ Me escapé del seminario para participar en la mojiganga ─confesó─. No sirvo para rezar ni para el encierro. Hace dos años que, en contra de mi voluntad, mis padres me mandaron a esa casa de formación, pues decidieron que tenía que llegar a ser un cura devoto y ejemplar.
─ Y tú, en cambio, quieres ser diablo, ¿o no? ─preguntó Blas.
─ No ─dijo riendo─. Deseo dedicarme al teatro. De niño vi actuar a un grupo en la plaza y me encantó. Por desgracia, mis padres dicen que estar en un escenario es casi lo mismo que ser demonio.
─ Si lo deseas con toda tu alma, dedícate a eso ─aconsejó Antolín─. Mira, yo, por ejemplo, seré cocinero… ¡y nadie en esta vida me lo va a impedir!
─ ¿Y tú? ¿qué quieres ser? ─preguntó el seminarista.
─ Aeronauta ─respondió Blas.
─ Pues eso es más difícil que trabajar de actor.
─ Voy a construir mi propio globo aerostático y a volar lejos, adonde el viento me lleve…
─ ¿Sin rumbo fijo? No creo que les guste a tus padres…
─ No saben. Cuando se loS cuente quizá me entiendan…, o a lo mejor no.
─ ¿Y tú? ─preguntó Antolín─. ¿Les has dicho a tus papás que vas a ser cocinero?
─ Claro, me dieron su bendición para viajar y juntar recetas.
─ Exageras ─replicó Blas─, nos dejaron salir de San Luis muy a su pesar.
─ Entonces son viajeros. Con razón traen cargando sus hatillos. Pero… ¿no están muy chicos para andar solos?
─ Claro que no. Ya tenemos catorce y trece años…, aunque, claro, el viaje no ha sido fácil.
─ Lo más terrible es cuando tenemos el estómago tan vacío como un pozo seco ─añadió Blas.
─ Pues vamos a comer un molito ─ propuso el seminarista que se disfrazaba─. ¿Se les antoja? ¡Yo los invito!
Se acercaron a un puesto donde una cocinera custodiaba varias ollas.
─ Tengo mole hecho con chilhuacle color amarillo naranja. ¿Quieren probarlo? ─dijo al tiempo que les ofrecía un pedazo de tortilla remojada en el guisado.
─ Mmm, riquísimo, ¿Qué otros ingredientes tiene? ─quiso saber Antolín.
─ Uy, chamaco, ¡cantidad de cosas!: cebolla, pimientas gordas, clavos, cominos, orégano oaxaqueño, tomates verdes, manteca, hierba santa y masa de tortilla para espesar.
─ ¿Podemos probar otro? ─pidió Blas.
─Tengo mole de iguana, mole negro, rojo ixtepequeño, coloradito, molito de camarón, de garbanzo…
─ Deme del coloradito ─dijo Blas.
─ A mi de iguana ─pidió el seminarista.
─ También tengo el famoso chichilo. Mucha gente lo pide.
─ ¿Con que se hace? Preguntó Antolín.
─ Con chile chilhuacle negro, chiles mulatos y guajillos, jitomate, miltomates, hierba de conejo, pimienta. ─La mujer hizo una pausa para tomar aire y prosiguió─: Canela, clavo, comino, hoja de aguacate tostada y masa de maíz para espesar.
─ Deme un plato de ese. Se ve riquísimo. Oiga, ¿a qué sabe el chilhuacle?
─ Es seco y picante. La palabra quiere decir “chile viejo”. Es de color negro y tiene sabor a ciruela pasa, según unos; y a chocolate amargo, según otros.
Tan deliciosos fueron los primeros platos de mole que pidieron una segunda vuelta.
Cuando Antolín rogó que le dieran alguna receta, la cocinera dijo que no era que pensara mal de un muchacho como él, pero hacia varios años una señora que le había pedido las recetas de sus moles puso un puesto frente a ella y le robó la clientela.
─ ¡Que aprovechada! ¡No me diga que sigue vendiendo frente a usted! ─exclamó el chico.
─ Ya no, desde el día en que vacié, a escondidas, un chorro de salsa de chile savina rojo en cada una de sus ollas. A partir de entonces, ¡nadie le compró nada de nada! ¡El savina rojo pica el doble que un chile habanero y seguramente les quemó la lengua a los clientes!
─ La venganza es dulce ─dijo Antolín
─ Más bien picosa ─opinó Blas.
Las risas no se hicieron esperar.
Antolín insistió a la vendedora tres veces más que le diera una receta, pero fue imposible. Argumentó que debían quedarse dentro de su pensamiento y no salir nunca.
De pronto, los muchachos se dieron cuenta que no tenían dónde pasar la noche y le pidieron consejo al seminarista, quien, amablemente, les ofreció quedarse en un cuarto de huéspedes que había en casa de sus padres.
La mañana siguiente, la madre del seminarista los acompañó a una oficina de telégrafos para que pudieran redactar un texto que viajaría por el aire hasta la casa paterna:
Amados padres: vale la pena viaje. Tengo recetas pico gallo, tamales ejote, nieve sorbete. Aventuras emocionantes. Conocimos diablo y científico. Seguimos hacia Mérida.
Extrañámoslos. Esperamos encontrar carta casa tía Prodigio.
Agradecieron a la señora sus atenciones. Luego, se alejaron contentos de haber presenciado una mojiganga y de haber conocido a un diablo de buen corazón.
De la Autora – Rebeca Orozco
Nació en Ensenada, Baja California, el 26 de agosto de 1956. Narradora. Estudió Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad Anáhuac en la Ciudad de México. Ha escrito guiones para radio y televisión, así como la obra teatral Zaidé, que ganó el Premio Julio Bracho a lo Mejor de Teatro de Búsqueda en 1987. Premio Antonio García Cubas otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 2006 por Detrás de la máscara. Máscaras de México. Colaboró en las antologías Historias para sentir e Historias para habitar, publicadas por Ediciones SM en 2004
Es autora de las novelas
1. Tres golpes de tacón (2009)
2. Amor de mis amores (2011)
3. La batalla del 5 de mayo: ayer y hoy,
4. Doña Josefa y sus conspiraciones,
5. Lo que va y lo que viene: la Nao de China,
6. El chamaco Covarrubias,
7. Las piezas del rompecabezas,
8. La cajita de Olinalá,
9. El galeón de Filemón
10. Colección Animales de México, así como los
11. cuentos Azul rey, azul reina,
12. Blanca Luna,
13. Gafas en reparación y
14. El diablito de Benjamín.
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