Novelas y ensayos

Orgullo y Prejuicio

Orgullo y Prejuicio

Autora: Jane Austen
Temática: Ficción, Ficción Clásica
Editorial: Editorial Porrúa México
Páginas: 294
Precio:
Porrúa $110 Pasta Blanda https://porrua.mx/orgullo-y-prejuicio-9786070915116.html

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ISBN: 978-607-07-4876-9

 

Sinopsis:

Jane Austen, autora inglesa que se convirtió en una de las primeras mujeres célebres e influyentes en la literatura universal, aseguró que la sabiduría es mejor que el ingenio. Y en ésta, su segunda novela, la cual escribió a los veinte años, demuestra el agudo conocimiento que tenía ya acerca de las virtudes y los defectos humanos. Orgullo y prejuicio es una historia de naturaleza romántica, profundamente sensible, en la que sus protagonistas son las hermanas Bennet, quienes se encuentran en edad de contraer matrimonio, con sus enredos, ilusiones y desengaños, mediante la cual la autora realiza una descripción de la sociedad británica de su tiempo, poniendo énfasis crítico en la función que las mujeres debían cumplir. El universo femenino legado por Austen, repleto de heroínas con libertad interior que se oponen a lo establecido, hace que su obra quede para la posteridad como precursora y referente, de una calidad artística propia de los grandes escritores de todos los tiempos.

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Este año me estrené como seguidora de Novela Clásica. Cualquiera diría que este tipo de lecturas deberían ser buena muestra de los modos y formas de la gastronomía. Nada más alejado de la realidad. Se me figura como Sor Juana, que solo porque entró como una de sus funciones en el convento, si no, no se hubieren acercado a la cocina.

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Excelente

Jane Austen es una autora fácil de leer, sus novelas retratan a la sociedad británica de principios del siglo pasado. Una historia blanca, pura pero matizada de desengaños, malos entendidos, y un poco de perseverancia. Los malos de la historia son los prejuiciosos y mezquinos.

¿quién debería de leer Orgullo y Prejuicio?
Es un libro netamente juvenil, cargado de romanticismo e ilusión por el amor bonito, pero igual yo lo disfruté mucho. Un buen regalo si quieres que alguien incursione con los clásicos.

 

Algo para recordar

CAPÍTULO X El día pasó lo mismo que el anterior. La señora Hurst y la señorita Bingley habían estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Elizabeth se reunió con ellas en el salón. Pero no se dispuso la mesa de juego acostumbrada. Darcy escribía y la señorita Bingley, sentada a su lado, seguía el curso de la carta, interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana. El señor Hurst y Bingley jugaban al piquet y la señora Hurst contemplaba la partida. Comentario Elizabeth se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente entretenimiento con atender a lo que pasaba entre Darcy y su compañía. Los constantes elogios de ésta a la caligrafía de Darcy, a la simetría de sus renglones o a la extensión de la carta, así como la absoluta indiferencia con que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba exactamente de acuerdo con la opinión que Elizabeth tenía de cada uno de ellos. ––¡Qué contenta se pondrá la señorita Darcy cuando reciba esta carta! Él no contestó. ––Escribe usted más deprisa que nadie. ––Se equivoca. Escribo muy despacio. ––¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas de negocios. ¡Cómo las detesto! ––Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que escribirlas. ––Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla. ––Ya se lo he dicho una vez, por petición suya. ––Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago increíblemente bien. ––Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma. ––¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme? Darcy no hizo ningún comentario. ––Dígale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa; y le ruego que también le diga que estoy entusiasmada con el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente superior al de la señorita Grantley. ––¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya no tengo espacio para más elogios. ––¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre le escribe cartas tan largas y encantadoras, señor Darcy? ––Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo quien debe juzgarlo. ––Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas con tanta facilidad no puede escribir mal. ––Ese cumplido no vale para Darcy, Caroline ––interrumpió su hermano––, porque no escribe con facilidad. Estudia demasiado las palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es así, Darcy? ––Mi estilo es muy distinto al tuyo. ––¡Oh! ––exclamó la señorita Bingley––. Charles escribe sin ningún cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto. ––Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas; de manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe. ––Su humildad, señor Bingley ––intervino Elizabeth––, tiene que desarmar todos los reproches. ––Nada es más engañoso ––dijo Darcy–– que la apariencia de humildad. Normalmente no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es una forma indirecta de vanagloriarse. ––¿Y cuál de esos dos calificativos aplicas a mi reciente acto de modestia? ––Una forma indirecta de vanagloriarse; porque tú, en realidad, estás orgulloso de tus defectos como escritor, puesto que los atribuyes a tu rapidez de pensamientos y a un descuido en la ejecución, cosa que consideras, si no muy estimable, al menos muy interesante. Siempre se aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace. Cuando esta mañana le dijiste a la señora Bennet que si alguna vez te decidías a dejar Netherfield, te irías en cinco minutos, fue una especie de elogio, de cumplido hacia ti mismo; y, sin embargo, ¿qué tiene de elogiable marcharse precipitadamente dejando, sin duda, asuntos sin resolver, lo que no puede ser beneficioso para ti ni para nadie? ––¡No! ––exclamó Bingley––. Me parece demasiado recordar por la noche las tonterías que se dicen por la mañana. Y te doy mi palabra, estaba convencido de que lo que decía de mí mismo era verdad, y lo sigo estando ahora. Por lo menos, no adopté innecesariamente un carácter precipitado para presumir delante de las damas. ––Sí, creo que estabas convencido; pero soy yo el que no está convencido de que te fueses tan aceleradamente. Tu conducta dependería de las circunstancias, como la de cualquier persona. Y si, montado ya en el caballo, un amigo te dijese: «Bingley, quédate hasta la próxima semana», probablemente lo harías, probablemente no te irías, y bastaría sólo una palabra más para que te quedaras un mes. ––Con esto sólo ha probado ––dijo Elizabeth–– que Bingley no hizo justicia a su temperamento. Lo ha favorecido usted más ahora de lo que él lo había hecho. ––Estoy enormemente agradecido ––dijo Bingley por convertir lo que dice mi amigo en un cumplido. Pero me temo que usted no lo interpreta de la forma que mi amigo pretendía; porque él tendría mejor opinión de mí si, en esa circunstancia, yo me negase en rotundo y partiese tan rápido como me fuese posible. ––¿Consideraría entonces el señor Darcy reparada la imprudencia de su primera intención con la obstinación de mantenerla? ––No soy yo, sino Darcy, el que debe explicarlo. ––Quieres que dé cuenta de unas opiniones que tú me atribuyes, pero que yo nunca he reconocido. Volviendo al caso, debe recordar, señorita Bennet, que el supuesto amigo que desea que se quede y que retrase su plan, simplemente lo desea y se lo pide sin ofrecer ningún argumento. ––El ceder pronto y fácilmente a la persuasión de un amigo, no tiene ningún mérito para usted. –– El ceder sin convicción dice poco en favor de la inteligencia de ambos. ––Me da la sensación, señor Darcy, de que usted nunca permite que le influyan el afecto o la amistad. El respeto o la estima por el que pide puede hacernos ceder a la petición sin esperar ninguna razón o argumento. No estoy hablando del caso particular que ha supuesto sobre el señor Bingley. Además, deberíamos, quizá, esperar a que se diese la circunstancia para discutir entonces su comportamiento. Pero en general y en casos normales entre amigos, cuando uno quiere que el otro cambie alguna decisión, ¿vería usted mal que esa persona complaciese ese deseo sin esperar las razones del otro? ––¿No sería aconsejable, antes de proseguir con el tema, dejar claro con más precisión qué importancia tiene la petición y qué intimidad hay entre los amigos? ––Perfectamente ––dijo Bingley––, fijémonos en todos los detalles sin olvidarnos de comparar estatura y tamaño; porque eso, señorita Bennet, puede tener más peso en la discusión de lo que parece. Le aseguro que si Darcy no fuera tan alto comparado conmigo, no le tendría ni la mitad del respeto que le tengo. Confieso que no conozco nada más imponente que Darcy en determinadas ocasiones y en determinados lugares, especialmente en su casa y en las tardes de domingo cuando no tiene nada que hacer. El señor Darcy sonrió; pero Elizabeth se dio cuenta de que se había ofendido bastante y contuvo la risa. La señorita Bingley se molestó mucho por la ofensa que le había hecho a Darcy y censuró a su hermano por decir tales tonterías. ––Conozco tu sistema, Bingley ––dijo su amigo––. No te gustan las discusiones y quieres acabar ésta. ––Quizá. Las discusiones se parecen demasiado a las disputas. Si tú y la señorita Bennet posponéis la vuestra para cuando yo no esté en la habitación, estaré muy agradecido; además, así podréis decir todo lo que queráis de mí. ––Por mi parte ––dijo Elizabeth––, no hay objeción en hacer lo que pide, y es mejor que el señor Darcy acabe la carta. Darcy siguió su consejo y acabó la carta. Concluida la tarea, se dirigió a la señorita Bingley y a Elizabeth para que les deleitasen con algo de música. La señorita Bingley se apresuró al piano, pero antes de sentarse invitó cortésmente a Elizabeth a tocar en primer lugar; ésta, con igual cortesía y con toda sinceridad rechazó la invitación; entonces, la señorita Bingley se sentó y comenzó el concierto. La señora Hurst cantó con su hermana, y, mientras se empleaban en esta actividad, Elizabeth no podía evitar darse cuenta, cada vez que volvía las páginas de unos libros de música que había sobre el piano, de la frecuencia con la que los ojos de Darcy se fijaban en ella. Le era difícil suponer que fuese objeto de admiración ante un hombre de tal categoría; y aun sería más extraño que la mirase porque ella le desagradara. Por fin, sólo pudo imaginar que llamaba su atención porque había algo en ella peor y más reprochable, según su concepto de la virtud, que en el resto de los presentes. Esta suposición no la apenaba. Le gustaba tan poco, que la opinión que tuviese sobre ella, no le preocupaba. Después de tocar algunas canciones italianas, la señorita Bingley varió el repertorio con un aire escocés más alegre; y al momento el señor Darcy se acercó a Elizabeth y le dijo: ––¿Le apetecería, señorita Bennet, aprovechar esta oportunidad para bailar un reel? Ella sonrió y no contestó. Él, algo sorprendido por su silencio, repitió la pregunta. ––¡Oh! ––dijo ella––, ya había oído la pregunta. Estaba meditando la respuesta. Sé que usted querría que contestase que sí, y así habría tenido el placer de criticar mis gustos; pero a mí me encanta echar por tierra esa clase de trampas y defraudar a la gente que está premeditando un desaire. Por lo tanto, he decidido decirle que no deseo bailar en absoluto. Y, ahora, desaíreme si se atreve. ––No me atrevo, se lo aseguro. Ella, que creyó haberle ofendido, se quedó asombrada de su galantería. Pero había tal mezcla de dulzura y malicia en los modales de Elizabeth, que era difícil que pudiese ofender a nadie; y Darcy nunca había estado tan ensimismado con una mujer como lo estaba con ella. Creía realmente que si no fuera por la inferioridad de su familia, se vería en peligro. La señorita Bingley vio o sospechó lo bastante para ponerse celosa, y su ansiedad porque se restableciese su querida amiga Jane se incrementó con el deseo de librarse de Elizabeth. Intentaba provocar a Darcy para que se desilusionase de la joven, hablándole de su supuesto matrimonio con ella y de la felicidad que esa alianza le traería. ––Espero ––le dijo al día siguiente mientras paseaban por el jardín–– que cuando ese deseado acontecimiento tenga lugar, hará usted a su suegra unas cuantas advertencias para que modere su lengua; y si puede conseguirlo, evite que las hijas menores anden detrás de los oficiales. Y, si me permite mencionar un tema tan delicado, procure refrenar ese algo, rayando en la presunción y en la impertinencia, que su dama posee. ––¿Tiene algo más que proponerme para mi felicidad doméstica? ––¡Oh, sí! Deje que los retratos de sus tíos, los Phillips, sean colgados en la galería de Pemberley. Póngalos al lado del tío abuelo suyo, el juez. Son de la misma profesión, aunque de distinta categoría. En cuanto al retrato de su Elizabeth, no debe permitir que se lo hagan, porque ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos? ––Desde luego, no sería fácil captar su expresión, pero el color, la forma y sus bonitas pestañas podrían ser reproducidos. En ese momento, por otro sendero del jardín, salieron a su paso la señora Hurst y Elizabeth. ––No sabía que estabais paseando ––dijo la señorita Bingley un poco confusa al pensar que pudiesen haberles oído. ––Os habéis portado muy mal con nosotras ––respondió la señora Hurst–– al no decirnos que ibais a salir. Y, tomando el brazo libre del señor Darcy, dejó que Elizabeth pasease sola. En el camino sólo cabían tres. El señor Darcy se dio cuenta de tal descortesía y dijo inmediatamente: –Este paseo no es lo bastante ancho para los cuatro, salgamos a la avenida. Pero Elizabeth, que no tenía la menor intención de continuar con ellos, contestó muy sonriente: ––No, no; quédense donde están. Forman un grupo encantador, está mucho mejor así. Una cuarta persona lo echaría a perder. Adiós. Se fue alegremente regocijándose al pensar, mientras caminaba, que dentro de uno o dos días más estaría en su casa. Jane se encontraba ya tan bien, que aquella misma tarde tenía la intención de salir un par de horas de su cuarto

 

De la Autora – Jane Austen

(1775/12/16 – 1817/07/18)
Jane Austen nació el 16 de diciembre de 1775 en la parroquia de Steventon, Basingstoke. Fue la séptima de los ocho hijos del pastor anglicano de Steventon, George Austen y de su esposa Cassandra Leigh. Dos de sus hermanos pertenecían al clero, uno heredó ricas posesiones en Kent y Hampshire, y los dos menores se convirtieron en almirantes de la Marina británica; tuvo una única hermana, Cassandra.

1783, Jane y su hermana Cassandra fueron enviadas a casa de su tía Ann Cooper Cawley, viuda del director de una universidad de Oxford, para que las educara. Poco tiempo después las enviaron a casa cuando contrajeron tifus y Jane estuvo a punto de morir.

En 1785, las niñas fueron enviadas a un internado para mujeres en Reading, Berkshire. Pero en diciembre de 1786, tuvieron que abandonarlo a causa de las limitaciones financieras de la familia. Desde entonces recibió educación y formación en su casa.

En 1801, la familia se traslada a Bath, Southampton, Chawton y Winchester.

Se inició en la escritura siendo una niña escribiendo poemas e historias. Austen compiló veintinueve obras teatro, versos y novelas cortas escritas entre 1787 y 1793 en tres cuadernos encuadernados, ahora conocidos como Juvenilia.
Durante 1794, escribió su primer trabajo serio, Lady Susan, novela corta epistolar. El libro se publicó en 1871 en forma postuma.

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Otros libros de Jane Austen

Sentido y Sensibilidad 1811
Orgullo y prejuicio 1813
La abadía de Northanger 1818
Mansfield Park 1814
Emma 1816
Persuasión 1818

Tras su muerte se editaron otras novelas incompletas. Los Watson (1923), Fragmento de una novela (1925) y Plan para una novela (1926). También se ha publicado su correspondencia (Cartas, 1932; edición corregida 1952).

Jane Eyre

Jane Eyre

Autora: Charlotte Brontë

Género: Clásico, ficción histórica, narrativa, Literatura Inglesa

Formatos: Edición Kindle

Editorial: Alba

Páginas: 694

Precio: $209 Amazon  si tienes Prime de Amazon, $0      $99 Gandhi

ISBN: 978-84-9065-193-3

 

Sinopsis:

De Jane Eyre (1847), ciertamente una de las novelas más famosas de estos dos últimos siglos, solemos conservar la imagen ultrarromántica de una azarosa historia de amor entre una institutriz pobre y su rico e imponente patrón, todo en el marco truculento y misterioso de una fantasmagoría gótica. Y olvidamos que, antes y después de la relación central con el abismal, sardónico y volcánico señor Rochester, Jane Eyre tiene otras relaciones, otras historias: episodios escalofriantes de una infancia tan maltratada como rebelde, pasos de enfermedad y arduo aprendizaje en un tétrico internado, estaciones de penuria y renuncia en la más absoluta desolación física y moral, inesperados golpes de fortuna, e incluso remansos de paz familiar y nuevas –aunque engañosas– proposiciones de matrimonio. Olvidamos, en fin, que la novela es todo un libro de la vida, una confesión certera y severísima –rotundamente crítica– de un completo itinerario espiritual, y una exhaustiva ilustración de la lucha entre conciencia y sentimiento, entre principios y deseos, entre legitimidad y carácter, de una heroína que es la «llama cautiva» entre los extremos que forman su naturaleza.

 

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

He leído toda mi vida; sin embargo, he pasado de largo frente a los clásicos. Gracias a los Audiolibros, estas lecturas se me hacen más llevaderas. Acostumbro a escucharlos mientras voy subrayando párrafos que son de mi agrado

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Muy bueno

Después de superar la parte romántica/dramática, disfrute con mucho gusto las descripciones de la naturaleza, de las costumbres de la época, la crítica social y por supuesto el reconocimiento y premio a la vida de una mujer excepcional.

Jane Eyre siempre fue rebelde, no tenía nada de la fragilidad y delicadeza propia de las mujeres de su época. Le fue mal (pobre, huérfana, con familiares que no vieron por ella), pero seguramente no habría llegado hasta donde lo hizo, de no ser por su dignidad, su constancia y dedicación, por su fortaleza de carácter. Así fue como logró alcanzar la meta de convertirse en institutriz. No se rindió. Es una reivindicación del ser humano (quien actúa bien, le va bien en la vida)

¿quién debería de leer Jane Eyre?

Este libro es para quienes gusten de los libros clásicos, de la literatura inglesa, de la época Victoriana.

Es una historia romántica pero también de lucha y reclamo social.

 

 

Algo para recordar

Se acercaban las Navidades, y cuando llegaron ya estaba arreglado todo. Cerré la escuela de Morton, no sin antes asegurarme de que mis esfuerzos no habían sido estériles. Lo maravilloso de la suerte es que abre la mano si nosotros le abrimos el corazón, y dar un poco cuando hemos recibido en abundancia no es más que un desahogo que concedemos a la ebullición inusitada de nuestras emociones. Ya hacía tiempo que venía dándome cuenta con gran placer de que muchas de mis rústicas alumnas me querían, pero esa impresión quedó confirmada con creces cuando nos despedimos y ellas me expresaron abiertamente su afecto. Saber que ocupaba un lugar en sus sencillos corazones supuso una gratificación intensa, y les prometí que de allí en adelante todas las semanas las iría a ver a la escuela para darles una hora de clase. El señor Rivers se había quedado vigilando la salida de las chicas en fila delante de mí.

Cada aula contaba con sesenta alumnas. Cerré la puerta y, aún con la llave en la mano, me entretuve despidiéndome con especial cariño de las mejores, una media docena. Pocas veces se habrán dado entre las campesinas británicas unas jóvenes tan honradas, discretas e instruidas; y es bastante decir porque el campesinado inglés es uno de los más educados de Europa, digno de todo respeto. Desde entonces acá he conocido a muchas paysannes y Bäuerinnen96 que me parecieron ignorantes y toscas –incluso las mejores– en comparación con aquellas chicas de Morton. El señor Rivers se acercó a mí cuando se fueron. –¿Cree que le han merecido la pena estos meses de esfuerzo? –me preguntó–. ¿No le satisface saber que ha hecho el bien y ha dado un poco de alegría?

–Por supuesto que sí. –Y eso que han sido sólo unos meses. ¿No le parece que consagrar la vida a la tarea de mejorar la raza podría ser maravilloso? –Sí –dije–. Pero yo no soy capaz de dedicar a eso toda mi vida. Quiero disfrutar de mis propias capacidades, además de cultivar las ajenas, y es ahora cuando me ha llegado el tiempo de ese disfrute. Así que no me recuerde la escuela, porque se acabó, y tanto mi cuerpo como mi alma necesitan vacaciones. Pareció ensombrecerse. –¿Gozar ahora de qué? ¿A qué viene ese entusiasmo repentino? ¿A qué piensa dedicarse? –A desplegar la mayor actividad que me sea posible. Lo primero que quiero pedirle es que me preste a Hannah, y se busque otra criada para usted. –¿Y para qué necesita a Hannah?

–Para que venga conmigo a Moor House. Dentro de una semana llegan Diana y Mary, y quiero tenerlo todo dispuesto para recibirlas.

–Ya entiendo. Creí que planeaba algún viaje. Mejor así. Puede contar con Hannah. –Dígale entonces que esté preparada para mañana. Aquí tiene la llave de la escuela. La de casa mañana se la daré a primera hora. Cogió la llave. –La veo a usted muy contenta de dejar esto –dijo–. No acabo de entender su júbilo, no se me alcanza qué tareas va a emprender para sustituir la que abandona.

¿Qué meta persigue ahora, en qué consisten sus ambiciosos propósitos? –Mi primer propósito es llevar a cabo una limpieza general, no sé si conoce el alcance de esta expresión, limpiar Moor House de arriba abajo, desde las alcobas hasta el sótano. El segundo, emplear todas las bayetas que hagan falta para darle cera a los suelos para que reluzcan como nuevos. El tercero, colocar con precisión matemática sillas, mesas, camas y alfombras. Luego haré todo lo que esté en mi mano para arruinarle a usted encargando turba y carbón porque me propongo que en cada habitación arda un fuego hermoso. Y por último, dos días antes de que lleguen sus hermanas, Hannah y yo nos dedicaremos de lleno a batir huevos, rallar especias, escoger frutos secos y picar fruta para hacer pasteles y tartas de Navidad, aparte de celebrar otros variados ritos culinarios, cada uno de los cuales podría describirse con palabras; pero a un profano en la materia como usted no le dirían nada. Mi objetivo, en resumen, es el de tenerlo
todo completamente a punto para cuando lleguen Mary y Diana el jueves próximo; lo único que ambiciono es que la bienvenida a su casa les parezca ideal. St. John sonrió levemente; pero seguía insatisfecho. –Bueno –dijo–, todo eso está muy bien de momento. Pero espero que una vez pasado el primer embate de euforia, y se lo digo en serio, mire un poco más allá de esos trajines domésticos y ambicione algo más elevado que los goces del hogar. –Los goces del hogar –interrumpí– son los más dulces del mundo. –No, Jane, se equivoca. Este mundo no es un escenario para el disfrute, ni intente convertirlo en tal. Tampoco es un lugar de reposo, no se me vuelva indolente, Jane. –Todo lo contrario, lo que intento es estar todo el día ocupada. –Está bien, Jane, por ahora pase. Le concedo dos meses para que disfrute a sus anchas de la nueva situación y saboree los encantos de la convivencia con una familia hallada tardíamente. Pero luego espero que sus miras se eleven por encima de Moor House, de Morton y del entorno fraternal, con sus comodidades sensuales y su paz egoísta derivadas de una refinada civilización. Espero que vuelva a sentirse sacudida por las energías de su alma inquieta. Le miré con asombro. –St. John –le dije–, es una perversidad que me hable así. Me dispongo a ser feliz como una reina, y usted se empeña sin tregua en echarme abajo la alegría. ¿A santo de qué?

–A santo de que saque partido del talento con que Dios la dotó, y del cual vendrá a pedirle cuentas algún día, no lo dude. La vigilaré de cerca y con todo celo, Jane, se lo aviso, para intentar contrarrestar el desmedido entusiasmo con que se entrega a los vulgares placeres domésticos. No se aferre con tanta contumacia a las ataduras de la carne. Reserve su tenacidad y su fervor para causas más dignas y no los despilfarre en metas triviales y efímeras. ¿Me está oyendo, Jane? –Sí, como si me hablara en griego. Creo tener motivos suficientes para ser feliz, y me propongo serlo. ¡Hasta la vista! Fui feliz en Moor House y tanto Hannah como yo pasamos unos días muy atareados. Ella estaba encantada al verme de tan buen humor, en medio de aquel jaleo de casa, con todo patas arriba, cocinando, barriendo, fregando y cepillando. Poco a poco, tras un par de días inmersa en la mayor confusión, empezamos a poner orden paulatinamente en el caos que nosotras mismas habíamos armado, y nos complacía irlo logrando. Yo antes de emprender la tarea había viajado a S. para comprar muebles nuevos, aprovechando que mis primos me habían autorizado a hacer todos los cambios que me diera la gana. Y de hecho, habíamos apartado una suma de dinero destinada a ello. Las salas y los dormitorios los dejé más o menos como estaban, porque me pareció que a Diana y Mary les gustaría más encontrarse con sus camas, mesas y sillas de siempre, que verlas sustituidas por espectaculares innovaciones. Pero hacía falta introducir algún detalle a la moda como ingrediente para conmemorar aquel regreso, así que compré unas cortinas oscuras, unas alfombras preciosas, así como nuevas tapicerías, y elegí cuidadosamente unas cuantas figuras de bronce y porcelana, espejos y un neceser para cada coqueta, lo cual daba a las estancias un aire rejuvenecedor, sin resultar chillón. Cambié enteramente los muebles de un gabinete y un dormitorio de invitados, sustituyéndolos por otros de caoba antigua y tapicería carmesí. Puse una estera en el pasillo, alfombré la escalera y, cuando quedó todo rematado, me pareció Moor House por dentro tal ejemplo de acogedor bienestar como por fuera de desolación invernal y de triste aislamiento. Por fin llegó el jueves. Esperábamos a Diana y Mary hacia el anochecer, así que antes de la puesta de sol ya estaban encendidas las chimeneas de arriba y las de abajo, la cocina reluciente, Hannah y yo bien arregladas y todo en orden.

Primero llegó St. John. Le había pedido yo que nos dejara en paz hasta que estuviera todo preparado, y así lo hizo. La sola idea del barullo, sórdido y trivial, que iba a conmocionar la casa fue suficiente para mantenerlo alejado. Me encontró en la cocina, vigilando el horno, donde se estaban haciendo unos pastelillos para el té. –¿Está contenta, por fin, con su trabajo de criada? –me preguntó acercándose. Y yo, por toda contestación, le invité a que inspeccionara conmigo todos los trabajos que había llevado a cabo. Tras insistir un poco, conseguí que me acompañara a dar una vuelta por la casa. Se limitó a echar una mirada dentro de las habitaciones, a medida que yo le iba abriendo las puertas. Luego, después de aquel recorrido subiendo y bajando escaleras, dijo que tenía que haberme afanado y fatigado mucho para hacer tantos cambios en tan poco tiempo, pero no pronunció una sola frase que dejara traslucir su complacencia ante la transformación del hogar. Su silencio me desazonó. Tal vez –pensé– aquellas alteraciones habían atentado contra recuerdos preciosos para él. Le pregunté que si era eso lo que le pasaba, en un tono de evidente decepción. Dijo que no, que de ninguna manera. Le parecía, por el contrario, que había sido escrupulosamente fiel a los recuerdos. Lo que le preocupaba, en realidad, era que hubiera consagrado a aquel asunto más tiempo y cavilaciones de lo que se merecía. Me preguntó que cuántos minutos me había llevado, por ejemplo, estudiar la distribución del cuarto donde estábamos. Y ya que venía a cuento, ¿podía decirle dónde estaba tal libro? Le señalé enseguida el tomo que había mencionado, lo sacó de la estantería, se retiró a su rincón de siempre y se puso a leer. Me desagradó mucho aquello, a decir verdad. Y empecé a pensar, lector, que St. John sería muy bueno, pero que había acertado al describirse a sí mismo como egoísta y frío. Era incapaz de apreciar los pequeños placeres de la vida; ni las relaciones humanas ni las comodidades tenían el menor atractivo para él. No concebía otra aspiración que la de perseguir lo perfecto y lo elevado y a esa persecución dedicaba literalmente su vida. Pero jamás se permitía el descanso ni estaba dispuesto a permitírselo a quienes le rodeaban. Al contemplar su frente altiva, pálida e inmóvil como una piedra blanca, y los bellos rasgos de su rostro absorto en la lectura, comprendí de repente que nunca podría ser un buen marido y me imaginé lo difícil que le resultaría a cualquier mujer aguantar su compañía. Y una especie de inspiración me llevó a entender la naturaleza de su amor por la señorita Oliver; tenía razón él al decir que no pasaba de ser una pasión sensual. Y era comprensible que se despreciara a sí mismo al constatar la excitación febril a que ella lo sometía, y también que luchara por sofocar y destruir tal influjo, y que desconfiara de que pudiera conducirlos, a ella y a él, a una dicha duradera. Me di cuenta de que St. John estaba hecho del material con que la naturaleza esculpe a sus héroes, ya sean cristianos o paganos, a sus legisladores, estadistas y conquistadores, una peana sólida para edificar sobre ella los grandes intereses.

Pero fría y agobiante columna, tan triste como anacrónica, colocada junto al fuego hogareño de una chimenea. «Este cuarto de estar no es su mundo –reflexioné–; le irían mucho mejor la cordillera del Himalaya, las selvas de los cafres o incluso los pantanos insalubres de las costas de Guinea. En el seno de la vida doméstica no se encuentra en su elemento, y por eso lo evita. Sus facultades se empantanan aquí, no pueden desarrollarse ni experimentar mejora. Es en los escenarios de batalla y riesgo, aquellos donde se pone a prueba el valor y se requieren energía y fortaleza, donde necesita moverse y pronunciarse como caudillo. Aquí, en casa, cualquier niño feliz le dejaría sin atributos. Su elección como misionero ha sido acertadísima; acabo de verlo claro.»

–¡Ya vienen! ¡Ya vienen! –gritó Hannah, irrumpiendo en el salón, cuya puerta había abierto de golpe. En aquel mismo momento, el viejo Carlo se puso a ladrar de alegría. Salí corriendo. Ya era de noche, pero se oía claramente un retumbar de ruedas. Hannah se apresuró a encender una linterna. El vehículo se paró ante la verja, el cochero abrió la portezuela y se apearon, una tras otra, las dos figuras familiares. Al minuto siguiente ya estaba yo acariciando, bajo sus respectivos sombreros, primero las suaves mejillas de Mary y luego los abundantes rizos de Diana. Se reían, nos besaban a mí y a Hannah, le hacían mimos a Carlo, que se agitaba loco de contento, y preguntaban ansiosamente qué tal iba todo. Cuando les dijimos que muy bien, se apresuraron a entrar en la casa. Venían entumecidas del traqueteo del coche, después de tantas horas de viaje desde Whitcroos, y además heladas de frío, pero enseguida volvió el color y la animación a sus dulces rostros al calor del fuego luminoso. Mientras el cochero y Hannah acarreaban el equipaje, me preguntaron por St. John, que en ese mismo momento salía del cuarto de estar y avanzaba hacia ellas. Las dos le echaron los brazos al cuello al mismo tiempo. Él las besó por orden, serenamente, y les dio la bienvenida en voz queda. Se quedó un rato hablando con ellas y luego se volvió al cuarto de estar, como buscando refugio, aunque suponía –dijo– que enseguida nos reuniríamos todos allí. Yo tenía velas encendidas para acompañarlas a sus respectivos dormitorios, pero antes Diana quiso ofrecer hospitalidad al cochero. Al fin me siguieron al piso de arriba. Se mostraron encantadas con los cambios y celebraron tan expansiva como generosamente mi elección de tapicerías, alfombras y jarrones coloreados de porcelana. Me hicieron sentir el placer de haber acertado exactamente con sus gustos, y eso añadió aún mayor encanto a la alegría que me causaba su regreso. Fue una velada muy grata. La elocuencia que mis primas, presas de entusiasmo, desplegaron en sus comentarios contrarrestó la actitud taciturna de St. John. No cabía duda de que la llegada de sus hermanas le había alegrado, pero era incapaz de expresarlo con el fervor y arrebato de que ellas hacían gala. El acontecimiento en sí –la llegada de sus hermanas– le bastaba para sentirse bien, pero le apabullaban los comentarios accesorios, aquel alboroto que desataban las lenguas. Comprendí que estaba deseando que llegara el día siguiente para que la vida volviera a encarrilarse. Una hora después de haber tomado el té, un aldabonazo intempestivo en la puerta vino a interrumpir nuestra eclosión de júbilo. Enseguida entró Hannah. –Ha venido un pobre chico, ya ve usted a qué horas quiere que el señor Rivers vaya a ver a su madre, dice que se está muriendo. –¿Dónde vive, Hannah? –Pues en Whitcross Brow nada menos, ya ve.

Casi cinco millas. Y pantanos y musgo por todo el camino. –Dígale que ahora mismo voy.

–Yo no se lo aconsejo, señor –dijo Hannah–, no hay peor camino que ése en cuanto cae la noche, es pura ciénaga, no tiene ni rodadas. Y luego con una noche tan inclemente como la que hace, que pocas veces he visto un viento que corte la cara así. No vaya, señor, que el chico lleve recado de que irá usted mañana. Pero él ya estaba en el pasillo poniéndose la capa y se marchó sin poner la menor objeción. Eran las nueve y hasta medianoche no volvió. A pesar de llegar helado y cansadísimo, traía un aspecto más feliz que cuando nos dejó. Había cumplido con su deber, se había exigido algo a sí mismo, y se sentía satisfecho de haber ejercitado su capacidad de decir que sí cuando pudo decir que no. Mucho me temo que toda la semana que siguió a la llegada de sus hermanas exasperó a St. John y puso a prueba su paciencia. Era la semana de la Navidad y ni ellas ni yo nos entregamos a otra cosa que a aquella especie de febril disipación que nos proporcionaba la actividad doméstica. El aire de los páramos, la libertad de estar en casa y el regodeo ante la incipiente prosperidad actuaron como un elixir vivificante sobre el ánimo de mis primas. Estaban alegres de la mañana a la noche, siempre locuaces y dispuestas a pegar la hebra. Para mí su conversación rápida, ingeniosa y siempre original tenía tal atractivo que la prefería sin comparación a cualquier otra cosa. St. John no nos reprochaba aquella animación, pero la rehuía. Paraba poco en casa. Su parroquia era extensa y abarcaba varios lugares dispersos, así que tenía tarea de sobra con sus visitas cotidianas a los feligreses enfermos o menesterosos que requerían su ayuda.

De la Autora – Charlotte Brontë

Nació en 1816 en Thornton (Yorkshire), tercera hija de Patrick Brontë y Maria Branwell. En 1820 el padre fue nombrado vicario perpetuo de la pequeña aldea de Haworth, y allí pasaría Charlotte casi toda su vida.

 

Húerfanos de madre a muy corta edad, los cinco hermanos Brontë fueron educados por su tía.

 

En 1824, junto con sus hermanas Emily, Elizabeth y Maria, acudió a una escuela para hijos de clérigos; Elizabeth y Maria murieron ese mismo año, y Charlotte siempre lo atribuyó a las malas condiciones del internado.

Estudiaría posteriormente un año en una escuela privada, donde ejerció asimismo como maestra; fue luego institutriz, y maestra de nuevo en un pensionado de Bruselas, donde en 1842 estuvo interna con Emily.

De vuelta a Haworth, en 1846 consiguió publicar un volumen de

 

 

Otros libros de Charlotte Brontë

Shirley
El Profesor
Poemas de Currer Bell
Villete

Oliver Twist

Oliver Twist

 

Autora: Charles Dickens

Género: Clásico, ficción histórica, narrativa, Literatura Inglesa

Editorial: Grupo Editorial Tomo

Páginas: 446

Precio:  Amazon    y   $169  Gandhi

ISBN: 978-607-415-710-9

 

Sinopsis:

La historia del pequeño Oliver, criado en un hospicio, empleado y maltratado en una funeraria, que al escapar rumbo a Londres es reclutado por una banda de ladrones que él no reconoce como tales. Es la novela de denuncia social más dramática de Charles Dickens y una de las primeras de este tipo en la literatura universal.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Porque además de lecciones de vida, lecciones familiares, también hay comida (ausencia y banquetes).

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Muy bueno. El año pasado leí Canción de Navidad  https://ellugardebeatriz.com.mx/cancion-de-navidad/, mi primera lectura de Dickens. Me encantó la narrativa de este escritor.

Nuevamente una historia muy conocida, que seguramente he visto en TV en diferentes versiones. Una narrativa fácil de la época victoriana, pero con un enfoque diferente (suelen ser historias románticas, rosas). Dickens nos muestra aspectos biográficos, el vivió una niñez difícil, con su padre encarcelado, la familia pasando penurias, y una infancia de duro trabajo. Siempre enfatizando la desigualdad social, el desamparo de los necesitados. A diferencia de Canción de Navidad, este otro libro es un poco más largo, detallista e ilustrativo de escenas de la época. Tengo el libro pero es una historia que se presta para escucharla en AUDIOLIBROS.

 

¿quién debería de leer Oliver Twist?

Quienes gustan de la literatura inglesa, la época victoriana. A pesar de retratar la dura vida de este niño, estamos hablando de una historia fácil de leer.

 

Algo para recordar

Una fría noche de invierno, en una pequeña ciudad de Inglaterra, unos transeúntes hallaron a una joven y bella mujer tirada en la calle. Estaba muy enferma y pronto daría a luz un bebé. Como no tenía dinero, la llevaron al hospicio, una institución regentada por la junta parroquial de la ciudad que daba cobijo a los necesitados. Al día siguiente nació su hijo y, poco después, murió ella sin que nadie supiera quién era ni de dónde venía. Al niño lo llamaron Oliver Twist.

En aquel hospicio pasó Oliver los diez primeros meses de su vida. Transcurrido este tiempo, la junta parroquial lo envió a otro centro situado fuera de la ciudad donde vivían veinte o treinta huérfanos más. Los pobrecillos estaban sometidos a la crueldad de la señora Mann, una mujer cuya avaricia la llevaba a apropiarse del dinero que la parroquia destinaba a cada niño para su manutención. De modo, que aquellas indefensas criaturas pasaban mucha hambre, y la mayoría enfermaba de privación y frío.

El día de su noveno cumpleaños, Oliver se encontraba encerrado en la carbonera con otros dos compañeros. Los tres habían sido castigados por haber cometido el imperdonable pecado de decir que tenían hambre. El señor Blumble, celador de la parroquia, se presentó de forma imprevista, hecho que sobresaltó a la señora Mann. El hombre tenía por costumbre anunciar su visita con antelación, tiempo que la señora Mann aprovechaba para limpiar la casa y asear a los niños, ocultando así las malas condiciones en las que vivían los pobres muchachos.

-¡Dios mío! ¿Es usted, señor Bumble? -exclamó horrorizada la señora Mann.

Y, dirigiéndose en voz baja a la criada, ordenó:

-Susan, sube a esos tres mocosos de la carbonera y lávalos inmediatamente.

-Vengo a llevarme a Oliver Twist -dijo el celador-. Hoy cumple nueve años y ya es mayor para

permanecer aquí.

-Ahora mismo lo traigo -dijo la señora Mann saliendo de la habitación.

Oliver llegó ante el señor Bumble limpio y peinado; nadie hubiera dicho que era el mismo muchacho que poco antes estaba cubierto de suciedad. Al poco rato, el celador y el niño abandonaban juntos el miserable lugar.

Oliver miró por última vez hacia atrás; a pesar de que allí nunca había recibido un gesto cariñoso ni una palabra bondadosa, una fuerte congoja se apoderó de él. «¿Cuándo volveré a ver a los únicos amigos que he tenido nunca?», se preguntó. Y, por primera vez en su vida, sintió el niño la sensación de su soledad.

Nada más llegar al nuevo hospicio, Oliver fue llevado ante la junta parroquial y allí, el señor Limbkins, que era el director, se dirigió a él.

– ¿Cómo te llamas, muchacho?

Oliver, asustado, no contestó; de repente, sintió un fuerte pescozón que le hizo echarse a llorar, había sido el celador que se encontraba detrás de él.

-Este chico es tonto -dijo un señor de chaleco blanco.

-¡Chist! -ordenó el primero. Y, dirigiéndose a Oliver, dijo-: Hasta ahora, la parroquia te ha criado y mantenido, ¿verdad? Bien, pues ya es hora de que hagas algo útil. Estás aquí para aprender un oficio. ¿Entendido?

-Sí. Sí, señor -contestó Oliver entre sollozos.

En el hospicio, el hambre seguía atormentando a Oliver y a sus compañeros: sólo les daban un cacillo de gachas al día, excepto los días de fiesta en que recibían, además de las gachas, un trocito de pan. Al cabo de tres meses, los chicos decidieron cometer la osadía de pedir más comida y, tras echarlo a suertes, le tocó a Oliver hacerlo. Aquella noche, después de cenar, Oliver se levantó de la mesa, se acercó al director y dijo:

-Por favor, señor, quiero un poco más.

– ¿Qué? -preguntó el señor Limbkins muy enfadado.

-Por favor, señor, quiero un poco más -repitió el muchacho.

El chico fue encerrado durante una semana en un cuarto frío y oscuro; allí pasó los días y las noches llorando amargamente. Sólo se le permitía salir para ser azotado en el comedor delante de todos sus compañeros. El caso del «insolente muchacho» fue llevado a la junta parroquial; ésta decidió poner un cartel en la puerta del hospicio ofreciendo cinco libras a quien aceptara hacerse cargo de Oliver.

El señor Gamfield era un hombre de rasgos groseros y gestos rudos, deshollinador de profesión. Una mañana iba paseando por la calle, pensaba cómo podría pagar sus deudas; al pasar frente al hospicio, sus ojos se clavaron en el cartel recién colocado.

-¡Sooo! -ordenó el señor Gamfield azotando a su burro.

El hombre del chaleco blanco estaba en la puerta, y al momento entendió que Gamfield era el tipo de amo que le hacía falta a Oliver; de modo que fue a llamar al señor Limbkins. Éste salió inmediatamente y, al ver el interés que manifestaba el deshollinador por el muchacho, se frotó las manos y dijo con aire apesadumbrado:

-Usted quiere al chico para realizar un oficio peligroso; así que cinco libras nos parece mucho dinero.

-Entonces, ¿cuánto me darán si me lo quedo? -preguntó Gamfield.

-Tres libras y diez chelines -contestó el director.

-No seas tonto -dijo el señor del chaleco blanco-, llévatelo. Es exactamente el muchacho que necesitas. Unos cuantos palos le vendrán bien y no te preocupes por su manutención: no está acostumbrado a llenar su estómago, ¡ja, ja, ja!

El trato quedó inmediatamente cerrado. A continuación, se ordenó al señor Bumble que llevara aquella misma tarde a Oliver ante el juez para que aprobara y firmara el contrato. El magistrado se encontraba en una estancia enorme sentado detrás de un escritorio. Bumble colocó a Oliver frente a él y dijo:

-Éste es el muchacho, señoría.

El anciano se puso las gafas y sus ojos toparon con el rostro pálido y aterrorizado de Oliver.

-¡Muchachito! -dijo el anciano-. ¿Por qué estás asustado?

Oliver, desconcertado por el tono suave y benévolo del juez, cayó de rodillas y, juntando las manos, suplicó: -¡Por favor, señor! Mándeme al cuarto oscuro… máteme de hambre si quiere…; pero no me obligue a ir con este hombre.

Tras unos instantes de silencio, el juez dijo en tono solemne:

-Me niego a firmar este contrato. Llévese al muchacho de nuevo al hospicio, y trátelo bien. Creo que lo necesita. A la mañana siguiente, el cartel en el que se ofrecían cinco libras a quien quisiera llevarse a Oliver, estaba otra vez colocado en la puerta del hospicio. El primero en interesarse por el negocio fue el señor Sowerberry, encargado de la funeraria parroquial. Era un hombre escuálido que siempre vestía un traje negro y raído. Después de revisar minuciosamente al muchacho, decidió quedárselo.

La junta parroquial decidió que Oliver se fuera con él aquella misma noche. Pero de camino a casa de su nuevo amo, el chico no pudo reprimir las lágrimas.

-Eres el muchacho más desagradecido que he visto en mi vida -le dijo el señor Bumble. -No, no señor. No soy desagradecido; pero es que me siento tan solo -contestó Oliver entre sollozos-. Por favor, señor, no se enfade conmigo.

Cuando llegaron a la funeraria del señor Sowerberry, Bumble ordenó a Oliver que se secara las lágrimas. -Aquí estoy con el muchacho. -¡Dios mío! -exclamó la señora Sowerberry- es muy pequeño.

-Sí, es bastante pequeño, pero n

o se preocupe, señora -dijo el señor Bumble-, ya crecerá. -¡Claro que crecerá! -contestó la mujer malhumorada-. ¿Y quién lo va a pagar? Mantener a los niños de la parroquia cuesta más de lo que se obtiene de ellos. ¡Menudo ahorro!

Y dirigiéndose a Oliver añadió: -¡Venga, talego de huesos. La mujer del dueño de la funeraria abrió una pequeña puerta y empujó a Oliver por una empinada escalera. Al final de ella, se encontraba la cocina, que era un sótano de piedra húmeda y oscura. Allí sentada estaba una muchacha sucia y desastrada. -Charlotte -ordenó la señora Sowerberry-, dale a este muchacho algunas de las sobras que hemos apartado para Trip.

Los ojos de Oliver se iluminaron al ver llegar el cuenco de comida y se lanzó sobre unos restos que hasta el perro habrá desdeñado, Cuando hubo acabado de comer, la señora Sowerberry llevó a Oliver hasta la tienda bajo cuyo mostrador había puesto un viejo colchón.

-Dormirás aquí. Supongo que no te molestará estar entre ataúdes. Y si te molesta, te aguantas. No hay otro sitio.

Solo ya en la funeraria, Oliver sintió un escalofrío, el hueco donde estaba el colchón también parecía un sepulcro. Oliver lo miró y, por un momento, deseó que aquélla fuera de verdad su tumba; así podría dormir eternamente y descansar en el camposanto, con la hierba acariciando su cabeza.

 

Del Autor, Charles Dickens (Charles John Huffam Dickens)

Charles John Huffam Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812-Gads Hill Place, Inglaterra, 9 de junio de 1870) fue un escritor y novelista inglés, uno de los más reconocidos de la literatura universal, y el más sobresaliente de la era victoriana. Fue maestro del género narrativo, al que imprimió ciertas dosis de humor e ironía, practicando a la vez una aguda crítica social. En sus obras destacan las descripciones de personas y lugares, tanto reales como imaginarios. En ocasiones, utilizó el seudónimo Boz.

Sus novelas y relatos cortos gozaron de gran popularidad durante su vida, y aún hoy se editan y adaptan para el cine habitualmente. Dickens escribió novelas por entregas, formato que usaba en aquella época, por la sencilla razón de que no todo el mundo poseía los recursos económicos necesarios para comprar un libro. Cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus lectores, nacionales e internacionales. Fue y sigue siendo admirado como un influyente literato por escritores de todo el mundo.

*** de Wikipedia


Novelas

  • Los papeles póstumos del Club Pickwick (1836-1837)
    • Oliver Twist (1837-1839)
    • Nicholas Nickleby (1838-1839)
    • La tienda de antigüedades (1840-1841)
    • Barnaby Rudge (1841)
    • Martin Chuzzlewit (1843-1844)
    • Dombey e hijo (1846-1848)
    • David Copperfield (1849-1850)
    • Casa desolada (1852-1853)
    • Tiempos difíciles (1854)
    • La pequeña Dorrit (1855-1857)
    • Historia de dos ciudades (1859)
    • Grandes esperanzas (1860-1861)
    • Nuestro común amigo (1864-1865)
    • El misterio de Edwin Drood (1870) (inacabada, publicadas seis de las doce entregas previstas)

 

Cuentos

  • Una canción de Navidad (1843) (Conocida también como Un cuento de Navidad y Los fantasmas de Scrooge)
    • Las campanas (1844)
    • El grillo del hogar (1845)
    • La batalla de la vida (1846)
    • El hechizado (1848)
    • Una casa en alquiler (1858)
    • El guardavía (1866)

La Historiadora

La Historiadora

Título original: The Historian
Autora: Elizabeth Kostova
Género: Literatura contemporánea, narrativa femenina
Editorial: Umbriel
Páginas: 698
Precio:  $172 Librería Gandhi y $167 Amazon
ISBN: 84-95618-87-7

 

Sinopsis:

Durante años, se le ha considerado un mito, una leyenda que llena de miedo el corazón de los campesinos supersticiosos. Pero ahora, alguien ha decidido descubrir la verdad. Paul, un profesor de historia, revela por fin a su hija la tarea a la que ha dedicado tantos años. Tras la desaparición de su amigo el profesor Ross, Paul se sumergió en una angustiosa búsqueda que le llevó a través de antiguas bibliotecas en Estambul, monasterios en ruinas en Rumania, remotas aldeas de Bulgaria… Cuanto más se acercaba a Ross, más cerca estaba también de un ser que ha dejado un rastro sangriento a través de la historia, en viejos manuscritos olvidados, en canciones susurradas al oído. Un ser al que temían tanto antiguos sultanes otomanos como los actuales servicios secretos. Paul y su hija saben que él está cada vez más cerca. Y en sus corazones retumba una pregunta angustiosa… ¿Es posible que exista realmente… Drácula?

Esta novela, es el resultado de diez años de investigación.

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Estoy inscrita con varios Booktubers y alguno de ellos recomendó este libro. Amén que evidentemente se trata de un thriller (asesinatos, desaparecidos) y ficción (vampiros) hacía referencia a Europa oriental, monumentos, comidas, costumbres.

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Me gustó-pudo ser mejor

Es un libro largo, muy largo (casi 700 páginas)

Narra la vida del profesor Paul y su hija. Cuando ella era niña, su mamá desapareció. Y a eso le aumentamos la desaparición del mentor del profesor, el Dr Rossi (que resulta ser papá de su esposa). Esa será la primera desaparición que tratarán de aclarar Paul y la hija del Dr Rossi, cuando acaba involucrados y con una niña. Desaparece la mamá y el profesor se detiene.
Prácticamente toda la novela se les va en huir de personas tipos zombis, que han perdido la luz de los ojos y el color de las mejillas. Aparecen unos cuantos muertos tratando de investigar sobre los desaparecidos y sobre los libros del dragón que guardan un secreto.

¿Entretenido? Si, los viajes en búsqueda de los desaparecidos tocan varios países, en donde nos platica sobre monumentos y costumbres (los menos, por cierto)

No me encantó, pero pasé un buen rato leyéndolo.

¿quién debería de leer Un Ataque de Lucidez?

Este libro es para quienes les gusta el género de vampiros.

Pero aclaro, de repente la historia se alarga sin sentido, muchas repeticiones y poca acción. Es quizás hasta las últimas 100 páginas cuando hace acto de aparición el legendario vampiro. Con un giro jamás esperado, incluso hasta alabado si su único propósito es morder vivos para convertirlos en bibliotecarios para su uso personal

Yo me parezco un tanto a él….me encanta coleccionar libros, pero no tengo el don de hacerme de esclavos vía mordidas, para que limpien y acomoden mis estantes.

Algo para recordar

La historia está bañada de referencias a diferentes banquetes: Hogazas de pan recién horneado, tabletas de chocolate oscuro, cajas de fresas, queso de cabra con moho gris en la corteza, vino, té, gazpacho, chuletas de buey, pies, bandejas con salsas, ensaladas, cuencos de melón, guiso de carne y verduras, brochetas de pollo, pepinos, yogur, café, una avalancha de dulces rellenos de almendras y miel, hortobágyi palacsinta (crepas rellenas de carne de ternera), guisos de carne con verduras, el pastel de patatas, salami y huevos duros, judías verdes con cordero, pan de color marrón dorado, cordero entero asado, yogur con berenjenas y cebollas a las brasas, etc etc etc

Börek aparece en este libro, pero lo presentan relleno de queso salado…Los invito a que se den una vuelta por la receta 

 

De la Autora – Elizabeth Kostova

 

Elizabeth Kostova nació en New London, Connecticut, en 1964. Desde niña se dedica con pasión a escribir relatos y poesía. La historiadora, su primera novela, se tradujo a decenas de idiomas y obtuvo numerosos premios.
Licenciada en Yale, conoció a su marido en un viaje a Bulgaria en 1989. En 2007 creó la Elizabeth Kostova Foundation de fomento de la literatura búlgara.

 

 

Otros libros de Elizabeth Kostova

Tierra de Sombras
El Rapto del Cisne
La Historiadora

Un Ataque de Lucidez

Un Ataque de Lucidez

Título original: My Stroke of insight
Autora: Jill B. Taylor
Género: Literatura contemporánea, narrativa femenina
Editorial: Debate
Páginas: 272
Formatos: Edición Kindle
Precio: (libro electrónico) $119 Librería Gandhi  y Amazon
ISBN: no procede

 

Sinopsis:

Una inspiradora exploración de la conciencia humana y sus posibilidades.

Una mañana, la neuroanatomista Jill Taylor descubrió que estaba teniendo un derrame cerebral masivo. Amante del funcionamiento del cerebro, Jill presenció fascinada cómo sus capacidades mentales la iban abandonando una a una, y fue capaz de recordar el proceso. Tras una recuperación que duró ocho años, Jill pudo escribir sobre el derrame, lo que aprendió gracias a él y cómo lo superó.

Una historia poderosa sobre cómo nuestro cerebro nos define y cómo nos conecta con el mundo.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Hace un par de meses tomé un curso (vía zoom) con Gaby Vargas, ella recomienda este libro con la maravillosa recuperación de la protagonista.

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Me gustó

Estamos hablando de una mujer que tuvo daño cerebral a grado tal que tuvo que aprender nuevamente a caminar, a hablar, los nombres de las cosas, la lógica del mundo.

Cuando esto sucedió ella era una mujer independiente (vivía sola), era triunfadora, con un buen empleo y excelentes cartas de recomendación por su trabajo de científica. De la noche a la mañana todo cambió. Si bien es cierto que su formación y el medio le ayudo para que esto fuera posible, no le quita mérito a tan loable esfuerzo.

 

¿quién debería de leer Un Ataque de Lucidez?

Los que han pasado por una lesión de este tipo, las personas que tienen un enfermo con esta dolencia en casa, incluso es una muy buena historia de empuje, para los que tienen 1000 excusas para no hacer las cosas.

Nuevamente otro libro, buen regalo si tu intención es motivar, empujar y hasta despertar a una persona. El mensaje es que, todo es posible.

 

Algo para recordar

Eran las siete de la mañana del 10 de diciembre de 1996. Me despertó el familiar tic-tic-tic de mi lector de discos compactos que se disponía a sonar. Medio en sueño, apreté el botón de aplazamiento justo a tiempo para coger la siguiente onda mental que me devolvería al país de los sueños. Allí, en esa tierra mágica que yo llamo “Thetaville” -un lugar surreal de conciencia alterada, a mitad de camino entre los sueños y la realidad-, mi espíritu resplandecía, bello, fluido y libre de los confines de la realidad normal.

Seis minutos después, cuando el tic-tic-tic del CD avivó mi recuerdo de que yo era un mamífero terrestre, me desperté perezosamente, solo para sentir un agudo dolor que taladraba mi cerebro justo detrás del ojo izquierdo. Bizqueando a la luz de la mañana, desactivé la inminente alarma con la mano derecha e instintivamente me apreté el costado de la cara con la palma de la mano izquierda. Como casi nunca me pongo enferma, pensé que era muy raro que me despertara con tanto dolor. Mientras mi ojo izquierdo palpitaba con ritmo lento y deliberado, me sentí desconcertada e irritada. El dolor palpitante detrás del ojo era agudo, como la sensación cáustica que a veces se siente al morder un helado.

Al rodar fuera de mi cálida cama de agua, salí tambaleante al mundo con la pesadez de un soldado herido. Bajé la persiana de la ventana de mi cuarto para evitar que el raudal de luz me diera en los ojos. Decidí que un poco de ejercicio haría circular la sangre y tal vez ayudara a disipar el dolor. En un momento monté en mi “cardio-glider” (una máquina de ejercicios para todo el cuerpo) y empecé a moverme al ritmo de Shania Twain, que cantaba “Whose bed have your boots been under? (“¿Bajo que cama han estado tus zapatos?”). Inmediatamente sentí que una fuerte e insólita sensación de disociación se apoderaba de mí. Me sentí tan rara que puse en entredicho mi estado de salud. Aunque mis pensamientos parecían lúcidos, mi cuerpo se sentía extraño. Mientras miraba mis manos y brazos que se movían adelante y atrás, adelante y atrás, en sincronía opuesta con mi torso, me sentí extrañamente desligada de mis funciones cognitivas normales. Era como si la integridad de mi conexión mente/cuerpo estuviera en peligro.
Sintiéndome separada de la realidad normal, me parecía que estaba contemplando mi actividad, en lugar de sentirme como una participante activa que realiza una acción. Me sentía como si estuviera observándome a mi misma en movimiento, como quien recupera un recuerdo. Mis dedos, aferrados al manillar, parecían garras primitivas. Durante unos segundos vacilé y observé, llena de asombro, cómo mi cuerpo oscilaba rítmica y mecánicamente. Mi torso subía y bajaba en perfecta cadencia con la música, y la cabeza seguía doliéndome. Me sentí muy rara, como si mi mente consciente estuviera suspendida en algún lugar entre mi realidad normal y algún espacio esotérico. Aunque esa experiencia era en cierto modo una reminiscencia de mi estancia en Thetaville, estaba segura de que esta vez estaba despierta. Sin embargo, me sentí como si estuviera atrapada dentro de la percepción de una meditación que no podía detener y de la que no podía escapar. Aturdida, sentí que la frecuencia de las punzadas aumentaba dentro de mi cerebro y me di cuenta de que, probablemente, lo del ejercicio no era buena idea.

Un poco nerviosa por mi condición física, desmonté de la máquina y atravesé tambaleándome el cuarto de estar, camino del baño. Al andar me percaté de que mis movimientos no eran fluidos. Los sentía pausados y casi a sacudidas. A falta de una coordinación muscular normal, mis andares no tenían gracia y mi equilibrio era tan defectuoso que mi mente parecía exclusivamente preocupada por mantenerme erguida.

Al levantar la pierna para entrar en la bañera, me apoyé en la pared para sujetarme. Parecía raro que pudiera sentir las actividades internas de mi cerebro, que ajustaba y reajustaba todos los conjuntos musculares opuestos de mis extremidades inferiores para impedir que me cayera. Mi percepción de estas respuestas automáticas del cuerpo ya no era un ejercicio de conceptualización intelectual. Mas bien, tenía el privilegio momentáneo de experimentar con precisión lo mucho que se estaban esforzando los cincuenta billones de células de mi cerebro y mi cuerpo, trabajando al unísono para mantener la flexibilidad e integridad de mi estado físico. Con los ojos de una ávida entusiasta de la magnificencia del diseño humano, contemplé sobrecogida el funcionamiento autónomo de mi sistema nervioso, que calculaba y recalculaba cada ángulo de mis articulaciones.

 

De la Autora – Jill B. Taylor

 

La doctora Jill Bolte Taylor es una neuroanatomista preparada y publicada en Harvard, que investiga el cerebro humano postmortem y su relación con la esquizofrenia y las enfermedades mentales graves. … En 1996, experimentó una hemorragia grave en el hemisferio izquierdo de su cerebro.

Otros libros de Jill B. Taylor

Aparentemente este es el único libro que hasta ahora ha escrito

Por el Camino de Swann

Por el Camino de Swann

Autora: Marcel Proust
Año de publicación: 1913.
País: Francia.
Género: Novela modernista. Novela experimental
Valoración: Muy bueno.
Alianza Editorial
Extensión: Extensa (551 pags)
Dificultad de lectura: Alta dificultad.
Temas: Recuerdos, costumbres, niñez, relaciones humanas.
Autores con obras similares: James Joyce, Virginia Woolf
Precio: ***es una referencia, debes considerar que estos se mueven constantemente
$322 Librería Gandhi y Amazon,  $385 Buscalibre.com

ISBN: 978-84-206-52272-6

 

Sinopsis:

Por el camino de Swann es la primera novela de Marcel Proust, la primera del ciclo de siete que componen En Busca del Tiempo Perdido (1. Por el camino de Swann (1913), 2. A la sombra de las muchachas en flor, 3. El mundo de Guermantes, 4. Sodoma y Gomorra, 5. La prisionera, 6. La fugitiva y 7. El tiempo recobrado).

La obra incluye uno de los pasajes más famosos de la literatura, cuando el narrador come una magdalena mojada en té, lo que desata los recuerdos de su infancia.

Para muchos historiadores y críticos, En busca del tiempo perdido no sólo es una obra cumbre de las letras francesas del siglo xx, sino también una de las más grandes creaciones literarias de todas las épocas, en la que la trasposición en el relato de la vida de Marcel Proust (1871-1922), así como de personajes y ambientes sociales de su tiempo, dio forma a un nuevo y fecundo camino en el campo de la novela.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Preguntando aquí y allá sobre libros que nos platicaran sobre comida, en repetidas ocasiones me recomendaron a Marcel Proust y sus Magdalenas.

 

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Muy bueno

¿se acuerdan del Libro Madame Proust y la cocina Kosher? Fue la primera vez que leí sobre Marcel Proust y me propuse leer al menos un libro de este autor. Me ha gustado tanto que continuaré con la serie.

Proust tiene una impecable narrativa, nos presenta el Paris de principios del siglo pasado. Aunque debo de confesar que a punto estuve de claudicar. Las primeras 50-70 paginas son densas, muy densas. Si logras pasarlas (cuando era niño, sus sueños-pesadillas, insomnio, sentimientos, emociones, etc etc etc) el resto del libro te encantará. Y no es que sea tan fácil resumir la trama, Proust salta de un recuerdo a otro, de una anécdota a otra. Y todo lo debes de tener presente porque al final del libro, entrelaza. La novela es básicamente un anecdotario donde nos contará las costumbres de la época, su infancia, su adolescencia, la vida en familia, el desamor de su padre, la dedicación de su madre, los destrampes del tío, su relación con amigos, su entusiasmo por la vida de su vecino Charles Swann y su amor por Odette. Todo narrado deliciosamente.

 

¿quién debería de leer Por el camino de Swann?

A quienes les guste las novelas costumbristas, la Francia del siglo pasado…los olores, sabores, recuerdos…Tiene una narrativa por demás descriptiva.

Algo para recordar

Para El Lugar de Beatriz, no podría ser un texto diferente:

Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerle aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar a captarla, aparto de mí todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té, y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé el qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.

Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquél, intenta seguirle hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde el inaprehensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma, y pedirle como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época del pasado se trata.

¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quien sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria, no sobrevive nada y todo se va disgregando!; las formas externas -también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos-, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan, sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.

 

Del Autor – Marcel Proust

Marcel Proust (en francés: [maʁsɛl pʁust]; nombre completo: Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust; (París, 10 de julio de 1871-París, 18 de noviembre de 1922) fue un novelista y crítico francés, cuya obra maestra, su novela En busca del tiempo perdido, (compuesta de siete partes publicadas entre 1913 y 1927) constituye una de las cimas artísticas del siglo XX. Su extensa novela fue enormemente influyente tanto en el campo de la literatura como en el de la filosofía y la teoría del arte.

En ella, el autor francés realizó una importantísima labor de introspección en la que, recordando todo su pasado y rescatando de esta manera recuerdos nítidos y sensaciones, logró retratar su vida en una narración dentro de la cual se colocó como narrador omnipotente de su escritura autobiográfica, creando un estilo onírico característico, donde un olor, un sabor pueden cobrar suma importancia, y saltar a otra memoria, creando de este modo un increíble mar de literatura.

Sigue leyendo…

Otros libros de Marcel Proust

1. Por el camino de Swann (1913),
2. A la sombra de las muchachas en flor,
3. El mundo de Guermantes,
4. Sodoma y Gomorra,
5. La prisionera,
6. La fugitiva y
7. El tiempo recobrado).

La Cocina del Azafrán

La cocina del Azafrán

Autora: Yasmin Crowther
Género: Novela contemporánea – literatura extranjera
Editorial: Siruela
Páginas: 272
Precio: $420 Librería Gandhi  $270 Amazon 
ISBN: 978-84-9841-017-4

 

Sinopsis:

 

Un día de otoño, en Londres, los oscuros secretos y el turbio pasado de Maryam Mazar salen violentamente a la luz, con trágicas consecuencias para su hija embarazada, Sara, y su sobrino Saeed, que acaba de quedarse huérfano.

Destrozada por la culpabilidad, Maryam no encuentra más solución que dejar la comodidad de su hogar para regresar a Mazareh, el remoto pueblo de Irán donde comenzó su historia. Allí deberá enfrentarse a su pasado.

Sara la sigue para entender las raíces de su infelicidad. Lejos de las calles de casas adosadas de Londres, en un país de montañas coronadas de nieve y llanuras barridas por el viento, descubrirá al fin el terrible precio que Maryam tuvo que pagar por su libertad, y el amor que dejó atrás.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

El nombre de la novela me orilló a acercarme, mi experiencia con mujeres musulmanas ha sido extraordinaria, pensé que este seguiría la línea…ubicada en la cocina

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Me gustó – pudo ser mejor.

Me costó trabajo agarrarle el modo a Crowther, quien tiende a saltar del presente al pasado con mucha facilidad, pero sin marcar pauta; lo mismo sucede con las voces narrativas, te pierdes, no sabes quién está hablando hasta que avanzas un par de páginas.

La protagonista es Maryam, una chica rebelde en un país musulmán. Su padre quiere casarla con alguien conveniente, y ella en su afán de hacer las cosas a su manera, hace cosas buenas que parecen malas…Su padre cree que ella ha mancillado el honor de la familia y la destierra, la manda lejos con gastos pagados. Ella llega a Gran Bretaña con la cola entre las patas, dejando atrás su mundo y al amor de su vida.

30 años después Maryam provoca que su hija tenga un accidente con consecuencias terribles, por lo que sale huyendo de regreso a su pueblo Mazareh.

Amén de reconocer cuan injusta fue la vida para ella por el destierro a que fue sometida por algo que no sucedió (pero que ella si provocó) a mi me parece que se porta igualmente injusta con su marido quien acaba pagando SUS platos rotos. O sea, ella lo usó (en mi humilde opinión).

¿se acuerdan de la trama de la película “El Náufrago”? cuando él regresa y encuentra que su amada, creyéndolo muerto, se casa con su dentista. Entonces, se encuentran, se abrazan, se besan, se dicen cuanto se aman, pero ella tiene en claro que tiene un compromiso con el padre de su hija. Siiiii es tristísimo, porque todos sabemos que se aman. Pero eso es lo que hace la gente decente. Se queda con el padre de su hija, quien la apoyó y la amó.

Conclusión: el libro me entretuvo. Punto.

 

¿quién debería de leer La cocina del Azafrán?

Siempre me gusta leer sobre medio oriente, sus costumbres, sus colores y sabores. Si a ti también te gustan, debes leer este libro.

También lo pueden leer quienes dejaron al amor de su vida y se la viven pensando en él, porque en esta historia las cosas acaban convenientemente para los amores imposibles.

Por último, las escenas culinarias se repiten fugazmente a lo largo y ancho del libro, si son de tu agrado este es para ti.

Algo para recordar

Cerré los ojos un momento y respiré la solidez, el orden sosegado. El ambiente era silencioso y todo estaba en su sitio. Había un cálido aroma a madera recién encerada y rocé con la mano la mesa auxiliar, deteniéndola delante de cada una de las fotografías colocadas en ella. Una foto de mi padre con el Shah ocupaba el lugar de honor. Llevaba la gorra militar calada hasta las cejas oscuras y se veían sus ojos un poco hundidos, la mirada penetrante incluso a la sombra del plato de la gorra. En otra foto se lo veía vestido de blanco a su regreso de la Meca, rodeado de sus familiares y amigos. Había sido una fiesta maravillosa. Las mujeres y los niños comieron después que los hombres, y aunque yo era pequeña, recordaba a mi padre trayéndonos, a mí y mis hermanas, bandejas de humeante basmati, dorado por el azafrán. Luego nos levantó en brazos a cada una delante de todo el mundo. Yo estaba tan excitada que me eché a llorar, y Fátima tuvo que sacarme fuera para que me calmara. Mi madre nos siguió para asegurarse de que yo estaba bien, y todavía recordaba su dulce sonrisa y el olor a lirio del valle; eso era antes de que mi padre se casara con Leila. En mi foto favorita se veía a padre en Mazareh con ropas informal y las mangas remangadas por el calor. Reía entre los habitantes del pueblo. Alargué la mano para tocarle la cara y mi dedo dejó una mancha borrosa en el cristal.

 

De la Autora – Yasmin Crowther

Yasmin Crowther es el producto de un hogar anglo-iraní (madre iraní y padre británico). Dice que «siente que soy parte de ambos lugares y que ninguno de los dos me comprende completamente», y esa es una de las razones por las que escribió The Saffron Kitchen , su primera novela, para tratar de comunicar lo difícil que es unir ambos mundos. y, sin embargo, cuán fundamentalmente esencial se siente poder hacer ese puente.

Su madre, como Maryam en The Saffron Kitchen , creció en Mashhad y pasaba los veranos en una aldea que es la base de la ficción Mazareh. Al igual que Maryam, su madre también llegó a Inglaterra cuando tenía veinte años; pero ahí termina el parecido entre la protagonista de Crowther y su madre, nos asegura The Saffron Kitchenes completamente ficticio.

Creció visitando Irán con regularidad antes de la revolución (1979) y volvió a visitarlo para investigar su libro, pasando tiempo en Mashhad y también en la aldea en la que se basa Mazareh.
Asistió a la Universidad de Oxford y ahora es directora de la oficina londinense de SustainAbility (con licencia prolongada para escribir The Saffron Kitchen ), que asesora a los clientes sobre los riesgos y oportunidades asociados con la responsabilidad corporativa y el desarrollo sostenible. Vive en Devon.

Otros libros de Yasmin Crowther

Aparentemente este es el único libro que hasta ahora ha escrito

Una Educación

Una Educación

Autora: Tara Westover
Género: Literatura contemporánea, narrativa femenina
Editorial: Lumen
Páginas: 464
Precio: $399 Librería Gandhi   $425.83 Amazon   $583 Buscalibros
ISBN: 978-607-317-218-9

 

Sinopsis:

Nacida en las montañas de Idaho, Tara Westover ha crecido en armonía con una naturaleza grandiosa y doblegada a las leyes que establece su padre, un mormón fundamentalista convencido de que el final del mundo es inminente. Ni Tara ni sus hermanos van a la escuela o acuden al médico cuando enferman. Todos trabajan con el padre, y su madre es curandera y única partera de la zona.

Tara tiene un talento: el canto, y una obsesión: saber. Pone por primera vez los pies en un aula a los diecisiete años: no sabe que ha habido dos guerras mundiales, pero tampoco la fecha exacta de su nacimiento (no tiene documentos). Pronto descubre que la educación es la única vía para huir de su hogar. A pesar de empezar de cero, reúne las fuerzas necesarias para preparar el examen de ingreso a la universidad, cruzar el océano y graduarse en Cambridge, aunque para ello deba romper los lazos con su familia.

Westover ha escrito una historia extraordinaria -su propia historia-, una formidable epopeya, desgarradora e inspiradora, sobre la posibilidad de ver la vida a través de otros ojos, y de cambiar, que se ha convertido en un resonante éxito editorial.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Como ya les platiqué, este fue mi regalo de navidad de parte de mis sobrinas Maya y Danna.

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Muy bueno. Aunque a veces me parece imposible de creer (una mujer que de forma autodidacta -sin haber pisado nunca un aula- se prepara para entrar a la universidad, y que acaba haciendo doctorado), la historia de Tara es admirable. Te hace reflexionar sobre la conveniencia de la unión familiar a capa y espada. Su salvación está en poner tierra de por medio, en aceptar que tiene una familia con el poder de acabar con sus aspiraciones.
Inspiradora, a veces delirante y por supuesto, recomendable historia.

 

¿quién debería de leer Una Educación?

Es un libro para todas las edades.

Un buen regalo si tu intención es motivar, empujar y hasta despertar a una persona. El mensaje es todo es posible.

 

Algo para recordar

Siempre considero un párrafo en el que la comida-bebida-especias tengan papel protagónico, y pude elegir alguno que tuviera que ver con el delirio de su padre por acumular comida (que ellos preparaban y pasteurizaban) en la barraca donde guardaban las provisiones, cuando llegara el apocalipsis. Duraznos en conserva en particular, tenían a buen resguardo docenas de frascos con esta fruta (de lo poco identificable en relación a la comida). Esta vez no me parece tan relevante. Mejor vean esto, es sobre otro de los hermanos que también se alejó de la familia, y sus motivos:

La historia de como Tyler decidió marcharse de la montaña es curiosa y está plagada de lagunas y giros. Empieza con el propio Tyler, con lo singular de su persona. Sucede en algunas familias: hay un hijo que no encaja, que no sigue el compás, que tiene el metrónomo puesto para otra melodía. En la nuestra era Tyler. Él bailaba un vals mientras los demás saltábamos en una giga; él era sordo a la música estridente de nuestra vida y nosotros éramos sordos a la serena polifonía de la suya.

A Tyler le gustaban los libros, le gustaba el silencio. Le gustaba organizar, ordenar y etiquetar. Una vez mi madre encontró en el armario de Tyler un estante lleno de cajas de cerillas apiladas por años. Según él, contenían virutas de lápiz del último lustro, que guardaba para llevarlas en nuestras mochilas “de huida a las montañas” como material combustible. El resto de la casa era un desbarajuste: en el suelo de las habitaciones se desperdigaban montones de ropa sin lavar, negra y manchada de la grasa del desguace; en las mesas y alacenas de la cocina se alineaban turbios tarros de tinturas, que solo se retiraban a fin de dejar espacio para actividades más sucias, como despellejar un ciervo o quitar el Cosmoline de un fusil. Y en el seno de ese caos Tyler guardaba las virutas de lápiz de un lustro, catalogadas por años.

 

De la Autora – Tara Westover

Inició sus estudios en la Brigham Young University con diecisiete años y se graduó en Arte en 2008. Gracias a varias becas pudo seguir estudiando y obtuvo un posgrado en el Trinity College, Cambridge, en 2009. Consiguió una maestría en Filosofía y se graduó en Historia en 2014, después de una estancia en la universidad de Harvard. Actualmente reside en Londres. Una educación (Lumen, 2018) es su primer libro, que se ha traducido en veintidós países y ha sido aclamado por los lectores y la crítica. Está considerado uno de los libros más importantes del año según The New York Times, BBC, Daily Express, Library Journal y Entertainment Weekly, y ha figurado desde su publicación en las listas de los más vendidos.

 

Otros libros de Tara Westover

Aparentemente este es el único libro que hasta ahora ha escrito

 

Día 227 – El Hobbit

Día 227
Sábado 31 de octubre

 

 

Si, desde el año pasado leí este libro, pero por fulanas o sultanas pospuse la reseña.

Y si me animé a leerlo para el blog, fue por las múltiples referencias culinarias al respecto.

A mi me parece que todas son leyendas urbanas (siiii, leyendas) porque el texto adolece de ser explicito en cuanto a comida se refiere. A veces un comentario aquí (champiñones de temporada, o un hobbit tragón) pero nada que amerite pensar que la comida es protagonista. Sin embargo en la red encuentras hasta recetarios jajajjjjajaja

Va la reseña.

El Hobbit

Autor: J.R.R. Tolkien
Editorial: Minotauro
Páginas: 374
Precio:
$548 Librería Gandhi https://www.gandhi.com.mx/el-hobbit-ilustrado-por-jemima-catlin
$4,463 Amazon https://www.amazon.com.mx/Hobbit-ilustrado-por-Jemima-Catlin/dp/8445001515/ref=sr_1_1?__mk_es_MX=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=El+hobbit%2C+Jemima+Catlin&qid=1611890150&s=books&sr=1-1
$548 Buscalibros https://www.buscalibre.com.mx/libro-el-hobbit-ilustrado-por-jemima-catlin/9788445007938/p/52364075

ISBN: 978-84-450-0793-8

 

 

Sinopsis:

En 1937 se publicó por primera vez El Hobbit. En ese momento su creador, John Ronald Reuel Tolkien, estaba lejos de imaginar que el relato que había inventado para sus hijos iba a convertirse en una de las historias más queridas de la literatura. 75 años después, miles de padres siguen relatándoles a sus hijos las aventuras de Bilbo Bolsón y la historia de este pequeño hobbit que vivía en un agujero en el suelo está más viva que nunca gracias a la adaptación cinematográfica de Peter Jackson.

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

Este es el segundo libro que leo con el Club de Lectura Macondo. Después de revisar infinidad de artículos relacionados con la comida en la tierra media, se me hizo atractiva la idea de incluirlo en el Blog.

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Excelente. Me a gustado mucho este libro. Desde la historia (muy bien estructurada), pasando por la forma de narrar de Tolkien (la historia es para niños y no se como le hace, pero para los adultos es atractiva la historia y la narrativa), y acabando con las ilustraciones de Jemima Catlin. A propósito me hice de esta edición, porque comentaron en Macondo Club que era muy hermosa.

El Hobbit narra las aventuras de Bilbo Bolsón, quien de manera intempestiva es invitado a unirse a la cruzada de 13 enanos y el mago Gandalf para rescatar un tesoro perdido que se encuentra en custodia de un Dragón. Quizás se me hizo muchísimo más entretenida la pate de camino hacia el dragón, que la pelea misma.

No obstante que la red está inundada de artículos que hablan sobre lo tragones que son los hobbit, en realidad todo lo planteado se refiere a interpretación, porque el autor en repetidas ocasiones ser refiere a la comida de forma general:

Y así sacaron las ollas de monedas y todos los alimentos que parecían limpios y adecuados para comer, así como un barril de cerveza del país todavía lleno. Sintieron ganas de desayunar, y hambrientos como estaban no hicieron ascos a lo que habían sacado de las despensas de los trolls. De las provisiones que habían traído quedaba ya poco, pero ahora tenían pan, queso, gran cantidad de cerveza y panceta para asar a las brasas.

 

 

¿quién debería de leer Después del Banquete?

Niños, Jóvenes y Adultos definitivamente. Yo lo disfruté mucho.

 

Algo para recordar

La sala era (ahora) bastante oscura. Beorn batió las manos, y entraron trotando cuatro hermosos poneys blancos y varios perros grandes de cuerpo largo y pelambre gris. Beorn les dijo algo en una lengua extraña, que parecía sonidos de animales transformados en conversación. Volvieron a salir pronto regresaron con antorchas en la boca, y en seguida las encendieron en el fuego y las colgaron en los soportes de los pilares, cerca de la chimenea central. Los perros podían sostenerse a voluntad sobre los cuatro traseros, y transportaban cosas con las patas delanteras. Con gran diligencia sacaban tablas y caballetes de las paredes laterales y las amontonaban cerca del fuego.

Luego se oyó un ¡beee!, y entraron unas ovejas blancas como la nieve precedidas por un carnero negro como el carbón. Una llevaba un paño bordado en los bordes con figuras de animales; otras sostenían sobre los lomos bandejas con cuencos, fuentes, cuchillos y cucharas de madera, que los perros cogían y dejaban rápidamente sobre las mesas de caballetes. Éstas eran muy bajas, tanto que Bilbo podía sentarse con comodidad. Junto a él, un poney empujaba dos bancos de asientos bajos y corredizos, con patas pequeñas, gruesas y cortas, para Gandalf y Thorin, mientras que al otro extremo ponían la gran silla negra de Beorn, del mismo estilo (en la que se sentaba con las enormes piernas estiradas bajo la mesa). Éstas eran todas las sillas que tenía en la sala, y quizá tan bajas como las mesas para conveniencia de los maravillosos animales que le servían. ¿En dónde se sentaban los demás? No los había olvidado. Los otros poneys entraron haciendo rodar unas secciones cónicas de troncos alisadas y pulidas, y bajas aun para Bilbo; y muy pronto todos estuvieron sentados a la mesa de Beorn. La sala no había visto una reunión semejante desde hacía muchos años.

Allí merendaron, o cenaron, como no lo habían hecho desde que dejaron la Última Morada en el Oeste y dijeron adiós a Elrond. La luz de las antorchas y el fuego titilaban alrededor, y sobre la mesa había dos velas altas de cera roja de abeja. Todo el tiempo mientras comían, Beorn, con una voz profunda y atronadora, contaba historias de las tierras salvajes de aquel lado de la montaña, y especialmente del oscuro y peligroso bosque que se extendía ante ellos de Norte a Sur, a un día de cabalgata, cerrando su camino hacia el Este: terrible bosque denominado el Bosque Negro.

Los enanos escuchaban y se mesaban las barbas, pues pronto tendrían que aventurarse en ese bosque, y después de las montañas el bosque era el peor de los peligros, antes de llegar a la fortaleza del dragón. Cuando la cena terminó, se pusieron a contar historias de su propia cosecha, pero Beorn no le interesaban esas cosas: no había nada de oro ni de plata en la sala, y pocos objetos, excepto los cuchillos, eran de metal.

Estuvieron largo rato de sobremesa bebiendo hidromiel en cuencos de madera. Fuera se extendía la noche oscura. Los fuegos en medio en medio de la sala eran alimentados con nuevos leños; las antorchas se apagaron, y se sentaron tranquilos a la luz de las llamas danzantes, con los pilares de la casa altos a sus espaldas, y oscuros, como copas de árboles, en la parte superior. Fuese magia o no, a Bilbo le pareció oír un sonido como de viento sobre las ramas, que golpeaban el techo, y el ulular de unos tubos. Al poco rato empezó a cabecear, y las voces parecían venir de muy lejos, hasta que despertó con un sobresalto.

La gran puerta había rechinado y en seguida se cerró de golpe. Beorn había salido. Los enanos estaban aún sentados en el suelo, alrededor del fuego, con las piernas cruzadas. De pronto se pusieron a cantar. Algunos de los versos eran como éstos, aunque hubo muchos y el canto siguió durante largo rato

El viento soplaba en el brezal agotado,

Pero no se movía una hoja en el bosque:

Allí estaban las sombras día y noche,

Y criaturas oscuras reptaban en silencio…

 

Del Autor – J. R. R. Tolkien

Nombre completo: John Ronald Reuel Tolkien
Lugar de nacimiento: Bloemfontein, Estado Libre de Orange
Fecha de nacimiento: 3 de enero de 1892
Murió: 2 de septiembre de 1973 en Bournemouth, Inglaterra

John Ronald Reuel fue el hijo primogénito de Arthur Tolkien y Mabel Suffield, ambos del Reino Unido. Su padre era empleado de la banca y terminó mudándose a Bloemfontein, en el Estado Libre de Orange, donde ascendió hasta dirigir el Banco de África en Sudáfrica. La familia, junto a sus dos hijos Ronald y Hilary, adoptó un cómodo estilo de vida en la puerta contigua al banco.

Tiempo después, el clima del lugar perjudicaba la salud de Ronald, en particualar, razón por la cual su madre pensó que el clima inglés lo favorecería y en 1985 decidió regresar a Inglaterra con sus dos hijos. Su padre padre se quedó en Sudáfrica, donde murió a causa de una grave hemorragia producto de la fiebre reumática antes de tener la oportunidad de reunirse con su familia en Inglaterra.

La inesperada muerte de su padre en Sudáfrica dejó a su familia sin ingresos, por lo que Mabel debió llevar a sus hijos a vivir con su propia familia en Birmingham, quienes la ayudaban económicamente.

Su madre ejerció de tutora de sus dos hijos, pero Ronald, como se lo conocía en la familia, fue un alumno sobresaliente. Las enseñanzas de su madre le despertaron un gran interés por la botánica, estimuló el placer de observar y sentir las plantas. Pero sus lecciones preferidas eran aquellas relacionadas con los idiomas, debido a que su madre lo inició en las bases del latín a muy temprana edad. De manera que ya podía leer a los cuatro años de edad y escribir de forma fluida luego.

En 1904 falleció su madre por complicaciones de la diabetes que padecía. Ronald tenía doce años en aquel momento. Al quedar huérfano, él y su hermano, dos años menor, quedaron bajo la tutela de un sacerdote medio español y medio galés llamado Francis Morgan, quien había apoyado a su madre moral y económicamente después de haberse convertido al catolicismo, debido a que su propia familia le diera la espalda tras haber tomado esta decisión.

En 1908, a los dieciséis años, Tolkien conoció en el orfanato a Edith Mary Bratt, una talentosa pianista que también había quedado huérfana, de quien se enamoró pese a ser tres años menor y con quien se casaría años más tarde.

En 1911, Tolkien cursaba sus estudios en el colegio King Edward de Birmingham, donde desarrolló su amor por las lenguas.

Cuando estalló la primera guerra mundial en 1914, Tolkien era todavía un estudiante en Oxford donde, en 1915, se graduó con una mención de honor en Literatura y Lengua Inglesa. Poco después de su graduación, se alistó en el ejército, sirviendo como oficial de comunicaciones.

En 1916 tras haber combatido en el campo de batalla enfermó, víctima de lo que denominaron la fiebre de las trincheras y tuvo que regresar a casa con la baja para el servicio.

Durante su recuperación empezó a escribir y dar forma a un conjunto de historias y leyendas al que llamó «El libro de los cuentos perdidos». Se trata de los primeros esbozos de lo que se transformaría en la base mitológica de la conformación de la «Tierra Media».

Su primer trabajo tras la guerra fue como lexicógrafo asistente en la redacción para la primera edición del Oxford English Dictionary. En 1920 ocupó el puesto de profesor no titular de Lengua inglesa en la Universidad de Leeds, donde alcanzó el cargo de profesor, reformando con su magisterio la enseñanza de esta disciplina. En suma, pasó casi toda su vida académica en Oxford, donde en 1926 conoció a C.S. Lewis, otro profesor de la Universidad que al igual que Tolkien, estaba encantado con la literatura fantástica y la creación de historias propias.
J.R.R. Tolkien dedicaba su tiempo libre a su familia y a su obra literaria. Con Judith tuvieron cuatro hijos, el sacerdote John Francis Reuel, Michael Hilary Reuel, Christopher Tolkien y Priscila Anne Reuel. Fue para ellos por lo que escribió el cuento El Hobbit, que persuadido por su gran amigo C.S. Lewis fue publicado por George Allen & Unwin en 1937. Tuvo tanto éxito que el editor quiso tener en seguida una secuela, pero no fue hasta 1954 que apareció el primer volumen de la obra maestra de Tolkien, El Señor de los Anillos, con un éxito inmediato. Su enorme popularidad sorprendió al mismo Tolkien.

Fue un escritor prolífico hay una larga lista de sus trabajos que incluyen novelas, poemas, cuentos, historias de ficción, idiomas inventados y ensayos literarios sobre todo un mundo imaginado. Pero sin lugar a dudas, sus dos obras más exitosas han sido El hobbit y El Señor de los Anillos y las que lo han catapultado a la fama y a ser reconocido popularmente como el padre de la literatura moderna de fantasía.

J.R.R se jubiló en 1959, dejando sus clases en Oxford, y en 1968, él y Edith se mudaron a la localidad de Bournemouth. Tras la muerte de Edith el 29 de noviembre de 1971, su esposa de toda la vida, John hizo escribir sobre su lápida el nombre de Lúthien. Finalmente, Tolkien murió el 2 de septiembre de 1973.

 

Los Libros de J.R.R.Tolkien

 

Novelas

El hobbit, 21 de septiembre de 1937
Hoja, de Niggle, enero de 1945
Egidio, el granjero de Ham, octubre de 1949
El Señor de los Anillos, publicada en cuatro volúmenes:
La Comunidad del Anillo, 29 de julio de 1954
Las dos torres, 11 de noviembre de 1954
El retorno del Rey, 20 de octubre de 1955
Apéndices de El Señor de los Anillos, 1955
Las aventuras de Tom Bombadil y otros poemas de El Libro Rojo, 22 de noviembre de 1962
Árbol y Hoja, y el poema Mitopoeia, 28 de mayo de 1964
El herrero de Wootton Mayor, 9 de noviembre de 1967
El señor Bliss, 1982
Roverandom, 1998

 

Novelas publicadas póstumamente

El Silmarillion, 15 de septiembre de 1977
Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media, 2 de octubre de 1980
La historia de la Tierra Media
Los hijos de Húrin, abril de 2007
La leyenda de Sigurd y Gudrún, octubre de 2009
La caída de Arturo, 2013.
La historia de Kullervo, 2015
Beren y Lúthien, 2017
La caída de Gondolin, 2018

Día 258 – El Sabor Prohibido del Jengibre

El año pasado leí varios libros que ya no fue posible subirlos. Este es el primero

El Sabor Prohibido del Jengibre

Autor: Jamie Ford
Editorial: Duomo Ediciones – Nefelibata
Páginas: 346
Precio: $340 Librería Gandhi, $340 Amazon y $90 El Sotano 
ISBN: 978-84-92723-48-5

 

Sinopsis:

El recuerdo de un amor prohibido que pervive como el sabor del jengibre En el Panamá, un hotel del antiguo barrio japonés de Seattle que ha estado cerrado durante años, Henry Lee descubre algo increíble: el sótano está lleno de objetos que las familias japonesas, antes de ser enviadas a los campos de internamiento …

 

¿Por qué en El lugar de Beatriz?

No se por que razón imaginé que “El Sabor Prohibido” estaba relacionado con la comida…y llamó mi atención.

 

Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)

Me gustó
Es un libro sencillo,

La Historia se ubica en Seattle durante la Segunda Guerra Mundial, posterior al episodio de Pearl Harbor cuando el gobierno de los Estados unidos decide confinar a los japoneses que viven en su territorio. Yo sabía muy poco al respecto, fue muy ilustrativa la historia de amor de Henry (de origen chino) y Keiko (de origen japones) en 1942, la historia del Jazz también. Y por supuesto, la historia prohibida del alcohol.

Algo para recordar

─ ¿Esto nos convierte en contrabandistas? ─preguntó Henry cuando vio las hileras de botellas en el escaparate de la farmacia. Se sentía nervioso y excitado ante la perspectiva. Había escuchado en la radio el episodio del programa This is Your FBI en el que los agentes del gobierno arrestaban a unas bandas de contrabandistas que bajaban desde Canadá. Eras partidario de los buenos, pero al día siguiente, en la calle, cuando jugabas a policías y ladrones, siempre querías ser de los malos.
─ No lo creo. Ya no es ilegal; además, solo estamos haciendo un recado. Como dijo él, se vende, pero no lo pueden comprar en las tiendas para blancos, así como lo fabrican en casa.
Henry renunció a cualquier idea de delito y entró en la Owl Drug Store, que estaba abierta hasta las ocho. “Los contrabandistas no van a las farmacias”, se dijo a sí mismo. “No pueden llevarte a la cárcel por ir a comprar un encargo, ¿verdad?”
Si el viejo y esquelético farmacéutico pensó que era extraño que dos chicos asiáticos pidieran cada uno una botella grande que era un noventa y cuatro por ciento de alcohol, no dijo ni una palabra. En honor a la verdad, por la manera como miró las recetas y las etiquetas con una enorme lente de aumento, probablemente no veía gran cosa. Pero el empleado, un joven negro, les guiñó un ojo y les dedicó una sonrisa resabiada cuando guardó las botellas en bolsas separadas.
─ Está pagado ─ dijo.
En el camino a la salida, Henry y Keiko ni siquiera se detuvieron a mirar los frascos llenos de golosinas. En cambio, se miraron el uno al otro con una fingida despreocupación, y cuando caminaron por la calle con las botellas de licor moviéndose a sus costados cada uno se sintió un poco mayor. Pequeños vencedores en una caza del tesoro para adultos.
─ ¿Qué hacen con esto, se lo beben? ─preguntó Henry mirando su botella.
─ Mi papá me dijo que la gente lo utiliza para hacer ginebra en casa.

 

Del Autor – Jamie Ford

Jamie Ford nació el 9 de julio de 1968 en Eureka, California, pero creció en Ashland, Oregón, Port Orchard y Seattle, Washington. Su padre, nativo de Seattle, es de ascendencia china, mientras que su madre es de ascendencia europea.

Su apellido occidental «Ford» proviene de su bisabuelo, Min Chung (1850-1922),1 quien emigró a Tonopah, Nevada en 1865 y luego cambió su nombre a William Ford. La bisabuela de Ford, Loy Lee Ford, fue la primera mujer china en poseer una propiedad en Nevada.2

Jamie Ford se dio a conocer con su novela debut, El Sabor Prohibido del Jengibre (Hotel on the Corner of Bitter and Sweet). El libro pasó 130 semanas en la lista de bestseller del New York Times. También fue elegido como el número uno del Club de lectura otoño de 2009/invierno de 2010 por la Asociación Estadounidense de Libreros.

 

 

Los Libros de Jamie Ford (en español)

El sabor prohibido del Jengibre
Hasta que volvamos a vernos