El Murmullo de las Abejas
El Murmullo de las Abejas
Autora: Sofía Segovia
Editorial: Laumen
Páginas: 481 páginas, 100 capítulos
Precio: $ 260 en Gandhi, $ 269 en Amazon
Sinopsis:
El murmullo de las abejas, el descubrimiento literario del año La autora que despierta la historia de México y recupera su lugar en nuestros corazones.
En Linares, al norte del país, con la Revolución mexicana como telón de fondo. Un buen día, la vieja nana de la familia abandona sorpresivamente un reposo que parecía eterno para perderse en el monte. Cuando la encuentran, sostiene dos pequeños bultos, uno en cada brazo: de un lado un bebé misterioso y del otro un panal de abejas.
Ante la insistencia de la nana por conversar y cuidar al pequeño, la familia Morales decide adoptarlo. Cubierto por el manto vivo de abejas que lo acompañarán y guiarán para siempre, Simonopio llega a cambiar la historia de la familia que lo acoge y la de toda una región. Para lograrlo, deberá enfrentar sus miedos, el enemigo que los acecha y las grandes amenazas de la guerra: la influenza española y los enfrentamientos éntrelos que desean la tierra ajena y los que protegerán su propiedad a toda costa.
El murmullo de las abejas huele a lavanda, a ropa hervida con jabón blanco, a naranjas y miel: una historia impredecible de amor y de entrega por una familia, por la vida, por la tierra y por un hermano al que se ha esperado siempre, pero también, la de una traición que puede acabarlo todo.
¿Por qué en El lugar de Beatriz?
El Murmullo de las abejas es una novela de tipo histórico (porque narra episodios de como vivio esta familia, el pueblo de Linares Nuevo León, la etapa post-revolucionaria) que maneja el género de realismo mágico 🤔 con muy pocas escenas gastronómicas, por cierto. La miel esta presente siempre, y en algunas ocasiones la autora hace mención de las usanzas de la región.
Por supuesto me acordé de mi abuela Chenda y su dulce de jamoncillo, cuando la veía (en Culiacán Sinaloa, hace muuuucho tiempo) dándole vueltas y vueltas a la olla con leche y azúcar (en el libro, con piloncillo).
¡Más que suficiente para que tenga un lugar en este blog!
Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)
Muy bueno.
Como la mayoría de los libros de los que he opinado a últimas fechas, éste tiene ya varios años que lo compré (recién publicado). Imperdonable que hasta ahora lo venga a leer porque resultó hermoso.
Este tiene todo lo que se requiere: una buena trama, entrañables personajes, es divertido (me tenía carcajeándome a media noche), ambientado en el México post revolucionario, nos ilustra histórica y socialmente sobre este periodo de la historia de México.
Narra la historia de la Familia Morales en Linares Nuevo León, como enfrentan ellos y sus paisanos esta época en los estados del norte: la Reforma Agraria, la repartición de tierras, hasta la gripa española.
La familia Morales está integrada por Francisco, Beatriz, sus hijos Consuelo, Carmen y Francisco Chico, la nana reja, Simonopio.
Anselmo Espiricueta es el malo de la novela y por supuesto tenemos muchos más personajes.
El libro es narrado por Francisco hijo y por un narrador omnipresente, que tiene la habilidad de ponerte los pelos de punta cuando narra el espíritu obscuro del personaje antagónico.
¿quién debería de leer Chocolate?
A quienes les gustan las historias familiares, el realismo mágico, la historia de México.
Es excelente paraquienes les cuesta engancharse, la autora tiene la virtud de atrapar con su narración, se lee con facilidad sus 500 páginas – 100 capítulos.
Algo para recordar
Ecos de miel
Nací entre ese montón de ladrillos de sillar, enjarres y pintura hace mucho tiempo, no importa cuánto. Lo que sí importa es que mi primer contacto fuera del vientre de mi mamá fue con las sábanas limpias de su cama, porque tuve la fortuna de nacer un martes por la noche y no un lunes, y desde tiempo inmemorial las mujeres de su familia habían cambiado las sábanas los martes, como hace la gente decente. Ese martes las sábanas olían a lavanda y sol. ¿Qué si lo recuerdo? No, pero lo imagino. En todos los años que conviví con mi mamá nunca supe que variara su rutina, sus costumbres, el modo de hacer las cosas como Dios mandaba: los martes se cambiaban las sábanas de lino lavadas un día antes con lejía, se rociaban con agua de lavanda, luego se ponían a secar al sol y finalmente se planchaban.
Todos los martes de su vida, con una sola y dolorosa excepción que todavía estaba por venir.
Habrá sido el día de mi nacimiento, pero el mío fue un martes como cualquier otro, así que sé a qué olían esas sábanas aquella noche y sé como se sentían al contacto con la piel.
Aunque no lo recuerdo, el día en que nací la casa ya olía a lo que olería siempre. Sus ladrillos porosos habían absorbido como esponja los buenos aromas de tres generaciones de hombres trabajadores y mujeres quisquillosas para la limpieza con sus aceites y jabones; se habían impregnado de las recetas familiares y de la ropa hirviendo con jabón blanco. Siempre flotaban en el aire los perfumes de los dulces de leche y nuez aque hacia mi abuela, los de sus conservas y mermeladas, los del tomillo y el epazote que crecían en macetas en el jardín, y más recientemente los de naranjas, azahares y miel.
Como parte de su esencia, la casa también conservaba las risas y los juegos infantiles, los regaños y los portazos del presente y del pasado. El mismo mosaico de barro suelto que pisaron descalzos mi abuelo y sus veintidós hermanos, y luego mi papá en su infancia, lo pisé yo en la mía. Era un mosaico delator de travesuras nocturnas, pues con su inevitable clunc alertaba a la madre del momento del plan que fraguábamos sus vástagos. Las vigas de la casa crujían sin razón aparente, las puertas rechinaban, los postigos golpeaban rítmicamente contra la pared aun sin viento. Afuera, las abejas zumbaban y las chicharras nos rodeaban con su incesante canción de locura cada tarde del verano, justo antes del anochecer, mientras yo vivía mis últimas aventuras de la jornada. Al bajar el sol empezaba una y la seguían las demás, hasta que todas decidían callarse de tajo, asustadas por la inminente oscuridad, sospecho.
Era una casa viva la que me vio nacer. Si a veces despedía perfume de azahares de invierno o se oían algunas risillas sin dueño en medio de la noche, nadie se espantaba: era parte de su personalidad, de su esencia. En esta casa no hay fantasmas, me decía mi papá: lo que oyes son los ecos que ha guardado para que recordemos a cuantos han pasado por aquí. Yo lo entendía. Me imaginaba a los veintidós hermanos de mi abuelo y el ruido que deben de haber creado, y me parecía lógico que todavía, años después, se oyeran evocaciones de sus risas reverberando en algunos rincones.
Y así como supongo que mis años en esa casa le dejaron algunos ecos míos, pues no en balde me decía mi mamá ya cállate niño, pareces chicharra, la casa dejó en mi sus propios ecos. Aún los llevo en mí. Estoy seguro de que en mis células llevo a mi mamá y a mi papá, pero también porto la lavanda, los azahares, las sábanas maternas, los pasos calculados de mi abuela, las nueces tostadas, el clunc del mosaico traidor, el azúcar a punto de caramelo, la leche quemada, las locas chicharras, los olores a madera antigua y los pisos de barro encerado. También estoy hecho de naranjas verdes, dulces o podridas; de miel de azahar y jalea real. Estoy hecho de cuanto en esa época tocó mis sentidos y la parte de mi cerebro donde guardo mis recuerdos.
Si hoy pudiera llegar solo hasta allá para ver la casa y sentirla de nuevo, lo haría.
Pero soy viejo. Los hijos que me quedan ─y ahora hasta mis nietos─ toman las decisiones por mi. Hace años que no me dejan manejar un auto ni llenar un cheque. Me hablan como si no los oyera o no los entendiera. La verdad, aquí lo confieso, es que oigo, pero no escucho. Será que no quiero.
Es cierto ─admito─ que mis ojos no funcionan tan bien como antes, que mis manos me tiemblan, que mis piernas se cansan y que la paciencia se me agota cuando me visitan nietos y bisnietos, pero aunque estoy viejo no soy incompetente. Conozco el día en que vivo y el desorbitante precio de las cosas: no me gusta, mas no lo ignoro.
Sé a la perfección cuánto me costará este viaje.
Tampoco por viejo hablo solo ni veo cosas que no están. Aún no. Distingo entre un recuerdo y la realidad, si bien cada vez me encuentro más atraído por los recuerdos que por la realidad. Repaso en la privacidad de mi mente quién dijo qué, quién se casó con quién, qué sucedió antes y qué después.
Revivo la dulce sensación de estar escondido entre las ramas altas de un nogal, estirar la mano, arrancar una nuez y partirla con el mejor cascanueces que he tenido: mis propios dientes. Oigo, huelo y siento cosas que son tan parte de mi hoy como ayer, y que brotan desde dentro. Alguien puede partir una naranja a mi lado, y al llegarme el aroma la mente me transporta a la cocina de mi mamá o a la huerta de mi papá. Los botes comerciales de leche quemada me recuerdan las manos incansables de mi abuela, que pasaba horas meneando la leche con azúcar sobre el fuego para que se quemara sin tatemarse.
El sonido de las chicharras y las abejas, que ahora se oye poco en la ciudad, me obliga a viajar a mi niñez, aunque ya no pueda correr. Todavía busco con el olfato algún indicio de lavanda y lo capto aun cuando sé que no es real. Al cerrar los ojos por la noche oigo el clunc del mosaico, las vigas de madera que truenan y los postigos que golpean, pese a que en mi casa de ciudad ya no tenga mosaicos sueltos ni vigas ni postigos. Me siento en mi casa, la que dejé en la infancia. La que dejé demasiado pronto. Me siento acompañado, y me gusta.
Sofía Segovia
Estudió Comunicación en la Universidad de Monterrey. Fue asesora de imagen y comunicación en campañas políticas de Nuevo León y ghostwriter de discurso político o social.
Prefiere la ficción a la realidad. Ha escrito tres guiones de comedia para el teatro local amateur. Desde el 2013 imparte talleres de creación literaria en
Fábrica Literaria y Literálika.
Su primera novela, NOCHE DE HURACÁN (2010), fue editada por CONARTE. EL MURMULLO DE LAS ABEJAS (LUMEN 2015) se encuentra en todos los países de habla hispana. Por ésta, fue aclamada como el descubrimiento literario del año y estuvo en las listas de las novelas más vendidas del mundo hispano y en varias listas de las novelas favoritas en España. EL MURMULLO DE LAS ABEJAS fue nombrada novela del año por iTunes.
A fines del 2018 será publicada en inglés. HURACÁN, el remake de NOCHE DE HURACÁN, salió al público hispano en agosto del 2016.
El periódico EL Norte y la UDEM nombraron a Sofía en su lista anual de historias de éxito del 2015. El mismo año, la revista QUIÉN la nombró entre las 31 mujeres más influyentes de México. Ha sido oradora en diversos eventos y es miembro fundador de Tres y Contando, historias sin fronteras. Su nueva novela, PEREGRINOS, se publicará en LUMEN en abril del 2018.
Vive en Monterrey, México con su esposo, tres hijos y tres mascotas. Y lo confiesa: sin su barullo, no podría concentrarse para escribir.
Aquí les dejo una entrevista que le hizo Rainbook, canal literario a Sofía Segovia, donde habla de muchas anécdotas de cuando escribió el libro.
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