La Improbabilidad del Amor
La Improbabilidad del Amor
Autoras: Hannah Rothschild
Editorial: Suma
Páginas: 598
Precio:
$ 299 Amazon, $399 Gandhi, Péndulo, Porrúa
ISBN: 978-607-315-059-0
Sinopsis:
Una novela deslumbrante sobre el amor, un famoso cuadro desaparecido y un oscuro secreto del pasado. Finalista del Baileys Women’s Prize
Annie McDee busca en una destartalada tienda de segunda mano de Londres un regalo para su nuevo, aunque poco recomendable, amante. Escondida entre trastos apolillados, una pintura llama su atención y, tras invertir sus escasos ahorros en el regalo, Annie prepara también una deliciosa cena… aunque él nunca aparece.
Ahora tiene en casa un cuadro que empieza a acumular polvo. Y que resulta ser La improbabilidad del amor, la gran obra perdida de uno de los pintores franceses más influyentes del siglo XVIII. Este hallazgo fortuito conducirá a Annie al lado más oscuro del mundo del arte, enfrentada a gente que haría cualquier cosa por poseer la pintura.
Para un oligarca ruso exiliado, una avariciosa jequesa, un subastador desesperado, un marchante sin escrúpulos y muchos otros, este cuadro simboliza sus grandes esperanzas y sus peores miedos. En su búsqueda de la verdadera identidad de la obra, Annie desvelará algunos de los más terribles secretos de la historia de Europa. Y descubrirá que es capaz de amar de nuevo.
¿Por qué en El lugar de Beatriz?
Porque Annie, la protagonista, es una Chef. Además me la recomendó el joven que me atiende en Gandhi Polanco (prometo pronto preguntarle su nombre, para mayor referencia).
Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)
Muy bueno.
Si no le pongo la mayor calificación es porque, al principio se me hizo que había demasiadas historias paralelas, muy largamente tratadas, pero en general me pareció una excelente historia. Incluso te engancha y no lo puedes dejar de leer.
Al buscar la biografía de la autora, entiendo ahora qué está muy bien documentada sobre el tema, es su mundo: muestra el glamour de los multimillonarios y del arte. Trata del amor-desamor, del arte, de los nazis, de frustraciones y traición.
Annie, una chef autodidacta, recién separada de su pareja, tratando de rehacer su vida comienza una relación con un sujeto a quién decide hacerle un regalo, visita una tienda de antigüedades y le compra un cuadro (por cierto, él la deja plantada y jamás regresará). El cuadro le cambia la vida.
Al mismo tiempo, entra a trabajar como chef suplente con una rica mujer y su padre, quienes tienen una galería de arte, donde se dedican a adquirir y vender cuadros.
Alrededor de estas dos historias se desarrolla la trama, siempre entrelazadas a un cuadro.
Narrada en tercera persona, a veces tiene voz la protagonista, o el marchante, la millonaria, o el ruso; vaya, hasta el antiguo cuadro nos narra como ha sido su deambular por el mundo.
¿Quién debería de leer La Improbabilidad del Amor?
Por supuesto, a quienes les gustan las historias de Amor, la historia del Arte (muy muy muy interesante) y por supuesto a quienes les gusta leer sobre temas Gourmet, con un enfoque novedoso: hacer una comida temática sobre un cuadro.
Algo para recordar
El nuevo dominio de Annie era una cocina rectangular y alargada contigua al comedor de las <recepciones>. Al abrir los armarios, encontró material de cocina de todo tipo, protegido aún, en su mayoría, por el embalaje original. Pensó en su posesión más valiosa y preciada, sus cuchillos japoneses de cocina. Los cinco juegos que descubrió en la cocina de los Winkleman eran de una calidad que jamás se podría permitir.
Le pidieron que firmara un contrato de confidencialidad, le dieron una contraseña que se activaba mediante el iris y le entregaron una lista de menús. Para su consternación, Annie comprendió enseguida que la rutina no variaba nunca. Comidas y cenas giraban en torno a pescado y verduras, hervidos o al vapor. Las únicas hierbas aromáticas aceptadas eran el eneldo y el perejil; el ajo, el cilantro y el chile estaban prohibidos bajo cualquier circunstancia; la sal y la pimienta solo con moderación. Había que hacer las tortillas sin yemas y todas las comidas tenían que acabar con una manzana al horno. Los ingredientes debían ser orgánicos y, en la medida de lo posible, de proximidad. Para Annie, preparar tajadas de cosas blancas era como una tortura. Para ella, la comida era color, olor y presentación tanto como sabor: la experiencia de comer debía iniciarse en los ojos y la nariz y luego explotar en la imaginación. Masticar y paladear eran el clímax de una experiencia sensual.
Las noches que Memling o Rebecca cenaban en sus respectivas casas, Annie tenía que entregar la comida a los criados filipinos, que la depositaban luego en un montaplatos donde mantenía a la temperatura adecuada. Bajo ninguna circunstancia podía dirigirse a Memling Winkleman, tenía que apartar la vista si se lo cruzaba por los pasillos y hablar con Rebecca solo cuando ella le hablara. Las comidas mas interesantes que prepararía serían para el husky blanco de Memling, Tiziano, que alternaba entre conejo, buey y pollo mezclados con huevos crudos y verduras finamente cortadas.
Al tercer día, Annie empezó a redactar su carta de dimisión, aunque ello implicara volver a vivir en la miseria. Le daba igual que el pescado fuera de una calidad incomparable, se sirviera en porcelana de Sévres y fuera acompañado del mejor vino francés; su sueño era cocinar, no pasarse la vida pegada a la olla a vapor. Parte de la felicidad que comportaba cocinar una comida deliciosa consistía en ver la expresión que despertaba en la cara de la gente; en aquel puesto, se limitaba a depositar los platos en una especie de armario caliente. Estaba segura de que el achaque de su predecesor era resultado de la monotonía. A última hora del miércoles, Rebecca la mandó a llamar. Antes de ir, Annie guardó la carta de dimisión en el bolsillo del delantal blanco almidonado. Pero antes de que le diera tiempo a entregársela, Rebeca le dio órdenes para preparar una cena para veinte comensales la semana siguiente que se celebraría en honor a una importante clienta, Melanie Appledore. El objetivo de la velada era presentar a la coleccionista una obra de Caravaggio que llevaba por título Judith decapitando a Holofernes, una versión o boceto reciente descubierto del famoso cuadro expuesto en el Palazzo Barberini de Roma. Annie podía quebrantar por una vez el régimen a base de pescado, siempre y cuando se abstuviera de utilizar ajo y chile. El menú tenía que consistir en tres platos y el primero se serviría a las ocho en punto. La asistente personal de Rebecca le haría llegar una lista de preferencias individuales y alergias. Cuando salió del despacho, Annie cayó en la cuenta de que, una vez más, la reunión había durado exactamente cuatro minutos.
Sin poder acceder a los archivos de monsieur George, Annie no tenía ni idea de qué se esperaba de la <cena Caravaggio>. Jesu, el mayordomo jefe, y su esposa, Primrose, le explicaron que las cenas solían comenzar con una sopa y que el plato principal era siempre pescado. La última cena importante que Annie había preparado había sido en Devon, una fiesta sorpresa de cumpleaños para Desmond y cincuenta amigos. Él quería mojitos, hamburguesas y malvaviscos asados ─<nada de chorradas de esas elegantes>─, pero Annie había confiado en que el banquete acabara convenciéndolo. Era finales de verano y cumplía cuarenta y Annie, combinando el tema del festival de la cosecha con los años dorados de la vida, había decidido decorar el techo del granero de un amigo con mazorcas de maíz, dalias y crisantemos para crear un jardín colgante interior. Había amenizado las mesas de caballete con calabazas, manzanas y figuritas hechas con materiales naturales, y sentado a los invitados, a los que había pedido que vistieran en tonos rojos o dorados, sobre balas de paja. Había preparado cantidades industriales de sopa de calabaza y se había pasado el día entero a la sombra de un manzano asando un cerdo; como remate había cocinado un crumble de moras y manzanas cubierto con la nata casera típica de Devonshire. Había confeccionado una corona de cebada para que la luciera Desmond, pero él, al verla, la había echado a la barbacoa y había estado a punto de malbaratar la velada con su mal humor.
Con poco dinero para regalos, Annie siempre se ofrecía para encargarse de la cocina en las fiestas de sus amistades o de sus hijos. Muchos bromeaban y le decían que habían tenido más hijos o se habían casado por el simple hecho de poder disfrutar de sus banquetes. Sus fiestas eran legendarias: torres de gelatina de colores vibrantes, perros y ovejas de tamaño natural hechos de pastel y cubiertos con pelaje de aspecto completamente real y colas confeccionadas con glaseado y mazapán. Para un amigo, un profesor de antropología que había pasado medio año en un pueblo perdido de Camboya, Annie había recreado una fiesta tribal. Para otra amiga, Pernilla, nacida en una pequeña ciudad al norte de Estocolmo, había preparado una cena tradicional sueca con sopa negra hecha de sangre de ganso, pato oreado y pastel de frutos rojos. A pesar de que no había quedado ni una migaja de nada, Desmond había dicho que era la cena más asquerosa e incomible a la que había tenido la desgracia de asistir; no era de extrañar que Pernilla hubiera huido por piernas de su país natal.
Annie decidió examinar el cuadro, que estaba ya expuesto en el vestíbulo principal de la galería. Era una imagen poco apetecible: un hombre con la garganta cortada, la sangre derramándose sobre una tela blanca, la vida apagándose latido a latido; la autora, una bella mujer de cabello negro, miraba al espectador con expresión triunfante y sujetaba en la mano un cuchillo ensangrentado; observaba la escena una vieja fea y arrugada. Annie manoseó la carta de dimisión y decidió que no tenía nada que perder si preparaba un fantástico banquete: como mínimo, la despedirían por algo de lo que se sentiría orgullosa.
De la Autora – Hannah Rothschild
Hannah Rothschild es escritora y directora de cine. Sus documentales se han emitido en las cadenas BBC y HBO y en festivales cinematográficos internacionales. Escribe guiones para Ridley Scott, entre otros, y artículos para Vanity Fair, The New York Times, Harper’s Bazaar, Vogue y otras revistas. Su primer libro, The Baroness, se publicó en 2012 y se ha traducido a seis idiomas. En agosto de 2015 asumió la presidencia del patronato de la National Gallery. Pertenece también a los patronatos de diversas fundaciones y museos, como la Tate Gallery, y es una de las vicepresidentas del Hay Festival. Vive en Londres.
Es autora de las novelas
1. Pannonica
2. La improbabilidad del amor
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