Hechizo en Palacio
Hechizo en Palacio
Autor: Estela Roselló
Editorial: Ediciones SM
Impreso en México
Año: 2013
Páginas: 143
Precio: Porrúa $125 y Mercado libre $107
ISBN: 978-607-24-0608-7
Sinopsis:
Doña Ana es la dama de compañía y mejor amiga de doña Blanca, la virreina; ambas tienen doce años. Una semana antes de la fiesta más importante del año, doña Ana es víctima de un hechizo que la hace perder su hermosa voz. Así empieza una aventura en la que las dos chicas, acompañadas de Catalina, tratarán de recuperar la voz de Ana. En esta historia el lector podrá conocer rincones, lugares y la vida cotidiana de la Nueva España en el siglo XVII.
¿Por qué en El lugar de Beatriz?
Recomendación de mi maestra PATRICIA LÓPEZ que me dio el curso Mujeres y Culinaria en la Historia de México.
Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo):
Muy bueno: en el entendido que se trata de una novela juvenil histórica (situada en la Nueva España siglo XVII) rica en detalles de la vida cotidiana de la época.
Con un par de protagonistas (doña Ana y doña Blanca) dulces, castas y honestas que se enfrentan a las obscuras fuerzas de la brujería.
Por supuesto se trata de un libro muy fácil de leer.
Algo para recordar:
En el Convento
Así habían sucedido las cosas antes de que doña Ana perdiera la voz. Ahora, en el carruaje real, Cata y su niña recorrían las calles de la ciudad, a toda prisa, para llegar al convento de Santa Clara. La dama de la corte era muy amiga de las novicias que vivían allí. Muchas de ellas la conocían y la querían desde niña.
En el camino Ana se había recostado en el hombro de su nana y había cerrado los ojos. La negra la abrazó y le fue haciendo mimos. El amor de su nana la había acompañado toda la vida y ahora, en medio de tanta tristeza, recibía los cariños de la negra y los correspondía.
Catalina cubrió a su niña con el rebozo que llevaba puesto. El gesto hizo que Ana se sintiera reconfortada, segura. Una tímida sonrisa apareció en su rostro, casi al instante.
Llegaron al convento y la hermana portera, sor Mariana de los Ángeles, les abrió con rapidez.
─ ¡Doña Ana, qué gusto verla! Pase, pase, por favor. Qué tal, Catalina, ¿cómo le va? Supongo que vienen a ver cómo van los preparativos del banquete. Ahora mismo llamo a la madre superiora. Vengan conmigo a la capilla, allí estarán más cómodas. Adelante.
Ana y su nana agradecieron a sor Mariana y pasaron a la capilla, un recinto pequeñito y acogedor en el que resplandecían los retablos de oro. Allí cada una se persignó y arrodilló frente a un hermoso altar con la imagen de María Inmaculada. Ana tenía un nudo en la garganta.
Se sentía francamente desolada. Pidió auxilio a la Virgen y le suplicó ayuda. A lo lejos se oían algunos susurros: eran las monjas rezando el final del rosario de las dos de la tarde.
A Ana le gustaba mucho visitar a sus amigas. Estar en el convento le daba paz y alegría. Siempre que entraba a su casa encontraba alguna sorpresa; las jaulas de los pájaros tenían algún habitante distinto o había un nuevo árbol frutal en la huerta. A veces, algunas hermanas cantaban salmos que resonaban en el coro bajo.
El perfume de las flores de la capilla ─ nardos, rosas, azahares ─, el aroma de la cera de las veladoras, la esencia de la madera de las bancas y esa penetrante fragancia del almidón con el que las monjas arreglaban sus hábitos. Todos esos olores daban origen a una mezcla dulzona que Ana disfrutaba enormemente apenas entraba al convento.
Algunas de las monjas eran sus primas, otras eran hijas de amigos de sus padres. Para Ana resultaba difícil creer que ninguna de ellas volvería a salir de ese lugar. Las admiraba y sentía una enorme gratitud porque dedicaban su vida a pedir por la salvación de los habitantes de la ciudad y del reino.
Después de un rato en la capilla, Ana y la negra comenzaron a oír voces, risas y pasos que se acercaban al pequeño templo. Se trataba de las monjas que habían finalizado su rezo y acudían a encontrarse con la dama de la Corte y su nana. Siempre las recibían con gusto y emoción.
─ ¡Ana! ¡Qué alegría! ─saludó la madre superiora, una mujer madura, seria y cordial─ ¡Y qué sorpresa! Supongo que estos días no debes tener mucho tiempo para nada. ¿Qué tal van los preparativos para el matrimonio? La noticia nos ha llenado de júbilo a todas. Ya estamos rezando mucho por ti y por don Pedro, así como por la hermosa familia que seguramente formarán.
También las demás monjas abrazaron a su amiga y la felicitaron con gran emoción. Las novicias hablaban al mismo tiempo y pedían a la futura esposa que les contara cómo era el ajuar, qué habría en el banquete, que flores había escogido para adornar la Catedral. Ana no estaba animada en absoluto, pero hizo un gran esfuerzo por fingir un poco, pues no quería romper en llanto ante la calurosa bienvenida de sus amigas.
Catalina pensaba que eso que había dicho a la madre superiora sobre el rezo por su niña estaba muy bien, aunque ahora, antes que por su matrimonio, las monjas deberían comenzar a rezar por derrotar a Satanás. ¡Había que encontrar cuanto antes la voz perdida de Ana!
─ Y a usted, doña Cata, ¿cómo le va? Seguramente querrá probar un poquito de los guisos y los dulces que ya tenemos listos para la fiesta de la virreina. Las hermanas se están esmerando muchísimo. Ya verán que sabroso les está quedando todo ─dijo orgullosa la madre superiora.
─ No lo dudo, madre. Y qué bueno que habla de los dulces porque quiero encargarle, muy especialmente, que preparen algunos suspiros; ya ve que son el postre favorito de mi querida amiga y señora. ¿Será posible? ─preguntó Ana intentando distraerse de su propia preocupación.
─ Por supuesto, Ana. Ya habíamos pensado en los suspiros. Pero vengan, a esta hora sor María de los Reyes ya debe de haber preparado el chocolate. Tómense una tacita con nosotras.
Ana, Catalina y las monjas caminaron rumbo a la cocina. La dama de la Corte apenas podía con su alma. Necesitaba relatar a las monjas lo que le ocurría, pero no sabía cómo. Cuando llegó a la cocina se sintió complacida porque era muy antojadiza.
De entre todas las cocinas que conocía, la del convento de Santa Clara era sin duda su favorita. Los azulejos de talavera que cubrían las paredes le gustaban mucho porque le recordaban la cocina de la casa de su abuela, en Puebla. De niña había pasado mucho tiempo en aquel lugar, descifrando qué animales y flores tenían pintados los mosaicos.
Ana sentía que levitaba con los olores que despedían las cazuelas de las monjas. La mezcla del piloncillo con la canela, el picante de las salsas unido al dulce del chocolate, el perfume de las almendras, los piñones y las nueces. Si los olores le parecían deliciosos, la variedad de colores que se reunían en aquel sitio le parecían muy agradables.
Chiles verdes, rojos y pardos, tortillas moradas y blancas, garbanzos dorados, habas amarillas, frijoles negros que contrastaban con las calabazas naranjas y ocres; ollas de cobre de todos los tamaños, cazuelas de barro, palas y cucharones de madera, todo como escenario de fondo para los fogones en donde se cocinaban los deliciosos platillos que las monjas se esmeraban en guisar con mucho cuidado.
Aquella tarde la cocina del convento bullía de actividad. Las hermanas no paraban de trabajar desde hacía varios días. Todas se esforzaban para agradar a su amiga la virreina el día de su cumpleaños. Sor Marina de la Cruz era la encargada de organizar los preparativos para el banquete. Fue ella quien recibió a la madre superiora, Ana y Catalina cuando llegaron a la cocina. Detrás de una cazuela de barro y moviendo el cucharón, sor Marina dijo:
─ ¡Ana! ¡Qué alegría que hayas venido! Ven, ven prima, que quiero que pruebes el adobo almendrado que acabamos de hacer. Es una vieja receta que ahora hemos perfeccionado. ¡Prueba qué rico está! ¡Ve nada más cómo nos ha quedado de bueno!
Las novicias y las hermanas eran cariñosas, dulces y muy hospitalarias; cada vez que la dama llegaba al convento, no escatimaban en ofrecerle todo tipo de dulces para agradarla y consentirla.
─ Se ve todo exquisito, Marina. Estoy segura de que la virreina estará feliz. ¡Con lo golosa que es!
─ Doña Cata, pruebe esto, que estoy segura de que nunca ha comido una salsa así. Venga, venga, acérquese. Le doy una tortillita para que se sirva un poquito ─ofreció Marina a la nana.
Después de que Ana y Cata comieron de todo, sor Mariana de los Ángeles, la más joven de todas las monjas del convento, preguntó:
─ ¿Y cómo van los preparativos del recital, doña Ana?
De la Autora, Estela Roselló
Nació en 1973 en la ciudad de México. De niña le gustaba escuchar las narraciones de su abuela, estudió Historia, materia en la que es una destacada especialista.
En 1997 recibe la medalla Gabino Barreda, por el mejor expediente académico (UNAM)
Escolaridad
El Colegio de México (1999 – 2005)
• Doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos. Tesis: “Así en la Tierra como en el Cielo. Manifestaciones cotidianas de la culpa y el perdón en la Nueva España de los siglos XVI y XVII.”, 2005
• Maestra en Historia por el Centro de Estudios Históricos, 2001
Universidad Nacional Autónoma de México (1994-1997)
• Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras. Tesis: “La cofradía de negros de San Benito de Palermo. Una ventana a la tercera raíz”. Graduada con Mención Honorífica y con la Medalla Gabino Barreda al mérito académico.
Trayectoria académica
• Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I.
• Quince años de experiencia en investigación (1994-2009)
• Seminario sobre la Historia de la vida cotidiana, dirigido por la Dra. Pilar Gonzalbo, 2001-hoy
• Seminario Historias de vida. Aproximaciones desde la historia cultural, dirigido por el doctor Raffaele Moro, CEMCA, 2008-hoy.
• Proyecto de investigación con apoyo de CONACYT para investigadores en proceso de Consolidación SNI 1, “Culturas y universos femeninos en la Nueva España”. Octubre 2008-octubre 2009.
Sobre su libro Hechizo en Palacio, la autora comenta: Yo le tengo mucho cariño, y me parece que puede ser útil para que los niños aprendan historia de la vida cotidiana de la Nueva España. Todo lo que está allí tiene gran relación con mis investigaciones académicas, con lo que he visto en los archivos y con lo que sé sobre esa sociedad, a la que he dedicado gran parte de mi trabajo de investigación.
Otras obras de la autora
- Enfermar y curar, 2017
- Los remedios de Manuela la Chapulina, Guadalajara, Infolectura, 2012.
- La sociedad novohispana. Vivir y compartir, México, Random House, 2007.
- Presencias y miradas del cuerpo en la Nueva España. México: UNAM, en prensa 2011
- El secreto de la Nana Jacinta, México: SM Ediciones, 2010.
- Historia II (nueva serie), México, SM, 2008.
- Vivir y compartir. México, Random house, 2007.
- Historia I (nueva serie), México, SM, 2007.
- Así en la Tierra como en el cielo: manifestaciones religiosas de la culpa y el perdón en los siglos XVI y XVII en la Nueva España, México, El Colegio de México, 2006.