Palmeras de la Brisa Rápida
Me tardé de más en este libro, semanas. Es muy corto, pero lamento confesarlo…es aburrido. No logró atraparme.
Autor: Juan Villoro
Páginas: 207
Precio:
$259 Amazon, $194 Gandhi y $194 El Sótano
ISBN: 978-607-411-015-9
Sinopsis:
A fin de conocer sus raíces, un joven cronista decide recorrer en coche la península de Yucatán. El periplo no es fácil: lo asaltan mosquitos, recuerdos, pirámides demasiado arduas, platillos indigeribles y vendedores de souvenirs; entre sus incentivos se encuentran la historia del ajedrecista que desafió a capa blanca, los trovadores que renuevan el eterno arte de morir de amor, los paisajes de embrujo, las infinitas maravillas de la cultura yucateca
¿Porqué en El Lugar de Beatriz?
Cuando leí la sinopsis pensé que, además de fungir como guía turística, abarcaría también un buen recorrido por la gastronomía Yucateca.
Mi opinión:
(Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)
Me gustó – pudo ser mejor. Me apena porque se trata de un muy buen escritor, pero me quedó a deber.
Como guía tiene excelentes anécdotas, datos que yo no conocía (por ejemplo, cuanto pagó un norteamericano por un cenote sagrado, de donde saco cientos de piezas que remató en el mercado negro). Algunos capítulos se me hicieron interesantes, pero el último tercio del libro…fue tedioso. Y por supuesto me equivoqué en cuanto a que abarcaría también un buen recorrido por la gastronomía. No fue así. Solo menciona, pero no se adentra.
Aunque no para reseñarlo en este blog, se me queda el pendiente de leer “El Testigo”
Algo para recordar
En los días de gloria, además de la televisión, la abuela nos dejaba ver sus cálculos del riñón.
─ Cuidado con el xix ─ decía para que no tiráramos las migajitas (el sonido de la x equivalía al sh inglés), luego volvía a guardar los cálculos en un armario repleto de cajitas vacías.
El xix era una de las claves psicológicas de mi abuela.
─ ¡Mis platillos se gastan tan ligero! ─ decía en un tono de falso reproche ─. No queda ni el xix, ahora, ¿con qué hago los naches?
La verdad sea dicha, le daba gran gusto que sus guisos despertaran en nosotros la legendaria voracidad de su hermano Ernesto. No tenía la menjor intención de preparar recalentados (naches), pero aprovechaba la oportunidad para demostrar que la cocina era una labor de sacrificio, extenuante, un capítulo más de su vida de santa que ninguno de nosotros valoraba (a diferencia de los vecinos de Mixcoac que iban a preguntar por ella en nuestra ausencia). Preparar guisos yucatecos es, en efecto, someterse a la tiranía del horno de tierra, las emblemáticas tres piedras del fogón maya o la estufa de gas que según la abuela hacia que la cochinita supiera a “lámpara de explorador”.
Pero en este caso la sumisión era voluntaria. A dos cuadras había una casa con un jardín donde despuntaban árboles de plátano. Veíamos las hojas en el camino a misa: verdes, bruñidas, capaces de despertar los antojos de la abuela.
─ Se me figura que vamos a comer dzotolbichayes ─comentaba por lo bajo. Ésta era la señal para que yo subiera a la barda (que a diferencia de otras muchas de la época no estaba coronada de vidrios rotos) y arrancara cuantas hojas estuvieran a mi alcance.
En la iglesia la veía rezar con devoción, tal vez arrepintiéndose de haberme inducido al robo. Yo ya sabía que los pecados se dividían en mortales y veniales. Desde entonces la cocina yucateca me sabe a pecado venial, al hurto de hoja de plátano compensado con avemarías.
Una vez que regresaba con las hojas bajo el suéter, la abuela se ponía a cantar Una furtiva lágrima o Recóndita armonía (ignoro por qué escogía partes de tenores para la cocina) y a sazonar con gustosos aspavientos. Lo que saliera de ahí (cochinita, pan de cazón, relleno negro, brazo de mestiza o espaguetis ─con el más yucateco de sus condimentos─) sería un prodigio. La abuela se reconciliaba con Yucatán y con el abuelo por el paladar. Él había aprendido a pedir su frijol cabax y a rechazar el arroz chenté; comía con singular enjundia aunque su salud estuviera muy mermada. La mesa era la zona de armisticio y mi abuela la orgullosa artificie de esa pax succulenta.
Mi abuela le era fiel a los sabores…
Del Autor:
Juan Villoro Ruiz (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) es un escritor y periodista mexicano. Premio Herralde 2004 por su novela El testigo.
Es hijo del filósofo catalán Luis Villoro y de la psicoanalista yucateca Estela Ruiz Milán. Realizó sus primeros estudios en el Colegio Alemán de México. Tras estudiar la licenciatura en Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), fue becario del INBA en el área de narrativa (1976-1977) y del Sistema Nacional de Creadores Artísticos (1994-1996).
Conocedor profundo de la lengua y literatura alemanas, entre 1981 y 1984 estuvo como agregado cultural en la Embajada de México en Berlín Oriental. Está casado con la editora Margarita Heredia.
Miembro activo en la vida periodística mexicana, Villoro escribe sobre diversos temas, como deportes, rock y cine, además de literatura, y ha colaborado en numerosos medios como Vuelta, Nexos, Proceso, Cambio, Unomásuno, Reforma (periódico) y La Jornada. En esta última dirigió el suplemento La Jornada Semanal entre 1995 y 1998. Apasionado por el fútbol —hincha del Barça, su amor de la infancia es el Club Necaxa, del que tiene frases célebres, por ejemplo, «El Necaxa es como la literatura, para las minorías ilustradas»—, ha sido cronista de varios Mundiales: Italia 90 para El Nacional, Francia 98 para La Jornada, Alemania 2006 y Sudáfrica 2010.
Pero sobre todo ha sido profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor invitado en las universidades de Yale, de Boston, Pompeu Fabra y de Princeton. Sus ensayos en este campo destacan por su apertura mental, su claridad, y su hondura.
En 1991 publicó su primera novela El disparo de argón. Sin embargo, su mayor éxito de público era como escritor para niños, hasta que en 2004 apareció El testigo, con la cual obtuvo el Premio Herralde, otorgado por la Editorial Anagrama.
Publica todos los viernes una columna en el periódico Reforma; tiene otra en el suplemento dominical Revista de Libros del diario chileno El Mercurio. Es asimismo colaborador habitual de la revista bogotana El Malpensante. Se ha desempeñado como traductor y algunas de sus obras han sido traducidas a otros idiomas.
Vive entre México y España, enseña literatura en la Universidad Pompeu Fabra y escribe en el suplemento cultural Babelia de El País.
Obras publicadas:
Novelas
El disparo de argón, Alfaguara, Madrid, 1991 (reeditada en 2005)
Materia dispuesta, Alfaguara, 1997
El testigo, Anagrama, 2004
Llamadas de Ámsterdam, Interzona, Buenos Aires, 2007
Arrecife, Anagrama, 2012
Apocalipsis (todo incluido), Almadia-Unach, México, 2014
Conferencia sobre la lluvia, Almadia, 2014, México.
El libro salvaje (reeditado en 2013 por Fondo de Cultura Económica para jóvenes y niños)