Un Ataque de Lucidez
Un Ataque de Lucidez
Título original: My Stroke of insight
Autora: Jill B. Taylor
Género: Literatura contemporánea, narrativa femenina
Editorial: Debate
Páginas: 272
Formatos: Edición Kindle
Precio: (libro electrónico) $119 Librería Gandhi y Amazon
ISBN: no procede
Sinopsis:
Una inspiradora exploración de la conciencia humana y sus posibilidades.
Una mañana, la neuroanatomista Jill Taylor descubrió que estaba teniendo un derrame cerebral masivo. Amante del funcionamiento del cerebro, Jill presenció fascinada cómo sus capacidades mentales la iban abandonando una a una, y fue capaz de recordar el proceso. Tras una recuperación que duró ocho años, Jill pudo escribir sobre el derrame, lo que aprendió gracias a él y cómo lo superó.
Una historia poderosa sobre cómo nuestro cerebro nos define y cómo nos conecta con el mundo.
¿Por qué en El lugar de Beatriz?
Hace un par de meses tomé un curso (vía zoom) con Gaby Vargas, ella recomienda este libro con la maravillosa recuperación de la protagonista.
Mi opinión (Excelente, Muy bueno, Me gustó-pudo ser mejor, No vale la pena, Muy malo)
Me gustó
Estamos hablando de una mujer que tuvo daño cerebral a grado tal que tuvo que aprender nuevamente a caminar, a hablar, los nombres de las cosas, la lógica del mundo.
Cuando esto sucedió ella era una mujer independiente (vivía sola), era triunfadora, con un buen empleo y excelentes cartas de recomendación por su trabajo de científica. De la noche a la mañana todo cambió. Si bien es cierto que su formación y el medio le ayudo para que esto fuera posible, no le quita mérito a tan loable esfuerzo.
¿quién debería de leer Un Ataque de Lucidez?
Los que han pasado por una lesión de este tipo, las personas que tienen un enfermo con esta dolencia en casa, incluso es una muy buena historia de empuje, para los que tienen 1000 excusas para no hacer las cosas.
Nuevamente otro libro, buen regalo si tu intención es motivar, empujar y hasta despertar a una persona. El mensaje es que, todo es posible.
Algo para recordar
Eran las siete de la mañana del 10 de diciembre de 1996. Me despertó el familiar tic-tic-tic de mi lector de discos compactos que se disponía a sonar. Medio en sueño, apreté el botón de aplazamiento justo a tiempo para coger la siguiente onda mental que me devolvería al país de los sueños. Allí, en esa tierra mágica que yo llamo “Thetaville” -un lugar surreal de conciencia alterada, a mitad de camino entre los sueños y la realidad-, mi espíritu resplandecía, bello, fluido y libre de los confines de la realidad normal.
Seis minutos después, cuando el tic-tic-tic del CD avivó mi recuerdo de que yo era un mamífero terrestre, me desperté perezosamente, solo para sentir un agudo dolor que taladraba mi cerebro justo detrás del ojo izquierdo. Bizqueando a la luz de la mañana, desactivé la inminente alarma con la mano derecha e instintivamente me apreté el costado de la cara con la palma de la mano izquierda. Como casi nunca me pongo enferma, pensé que era muy raro que me despertara con tanto dolor. Mientras mi ojo izquierdo palpitaba con ritmo lento y deliberado, me sentí desconcertada e irritada. El dolor palpitante detrás del ojo era agudo, como la sensación cáustica que a veces se siente al morder un helado.
Al rodar fuera de mi cálida cama de agua, salí tambaleante al mundo con la pesadez de un soldado herido. Bajé la persiana de la ventana de mi cuarto para evitar que el raudal de luz me diera en los ojos. Decidí que un poco de ejercicio haría circular la sangre y tal vez ayudara a disipar el dolor. En un momento monté en mi “cardio-glider” (una máquina de ejercicios para todo el cuerpo) y empecé a moverme al ritmo de Shania Twain, que cantaba “Whose bed have your boots been under? (“¿Bajo que cama han estado tus zapatos?”). Inmediatamente sentí que una fuerte e insólita sensación de disociación se apoderaba de mí. Me sentí tan rara que puse en entredicho mi estado de salud. Aunque mis pensamientos parecían lúcidos, mi cuerpo se sentía extraño. Mientras miraba mis manos y brazos que se movían adelante y atrás, adelante y atrás, en sincronía opuesta con mi torso, me sentí extrañamente desligada de mis funciones cognitivas normales. Era como si la integridad de mi conexión mente/cuerpo estuviera en peligro.
Sintiéndome separada de la realidad normal, me parecía que estaba contemplando mi actividad, en lugar de sentirme como una participante activa que realiza una acción. Me sentía como si estuviera observándome a mi misma en movimiento, como quien recupera un recuerdo. Mis dedos, aferrados al manillar, parecían garras primitivas. Durante unos segundos vacilé y observé, llena de asombro, cómo mi cuerpo oscilaba rítmica y mecánicamente. Mi torso subía y bajaba en perfecta cadencia con la música, y la cabeza seguía doliéndome. Me sentí muy rara, como si mi mente consciente estuviera suspendida en algún lugar entre mi realidad normal y algún espacio esotérico. Aunque esa experiencia era en cierto modo una reminiscencia de mi estancia en Thetaville, estaba segura de que esta vez estaba despierta. Sin embargo, me sentí como si estuviera atrapada dentro de la percepción de una meditación que no podía detener y de la que no podía escapar. Aturdida, sentí que la frecuencia de las punzadas aumentaba dentro de mi cerebro y me di cuenta de que, probablemente, lo del ejercicio no era buena idea.
Un poco nerviosa por mi condición física, desmonté de la máquina y atravesé tambaleándome el cuarto de estar, camino del baño. Al andar me percaté de que mis movimientos no eran fluidos. Los sentía pausados y casi a sacudidas. A falta de una coordinación muscular normal, mis andares no tenían gracia y mi equilibrio era tan defectuoso que mi mente parecía exclusivamente preocupada por mantenerme erguida.
Al levantar la pierna para entrar en la bañera, me apoyé en la pared para sujetarme. Parecía raro que pudiera sentir las actividades internas de mi cerebro, que ajustaba y reajustaba todos los conjuntos musculares opuestos de mis extremidades inferiores para impedir que me cayera. Mi percepción de estas respuestas automáticas del cuerpo ya no era un ejercicio de conceptualización intelectual. Mas bien, tenía el privilegio momentáneo de experimentar con precisión lo mucho que se estaban esforzando los cincuenta billones de células de mi cerebro y mi cuerpo, trabajando al unísono para mantener la flexibilidad e integridad de mi estado físico. Con los ojos de una ávida entusiasta de la magnificencia del diseño humano, contemplé sobrecogida el funcionamiento autónomo de mi sistema nervioso, que calculaba y recalculaba cada ángulo de mis articulaciones.
De la Autora – Jill B. Taylor
La doctora Jill Bolte Taylor es una neuroanatomista preparada y publicada en Harvard, que investiga el cerebro humano postmortem y su relación con la esquizofrenia y las enfermedades mentales graves. … En 1996, experimentó una hemorragia grave en el hemisferio izquierdo de su cerebro.
Otros libros de Jill B. Taylor
Aparentemente este es el único libro que hasta ahora ha escrito
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